Cuando se escriba la historia del voleibol femenino en Cuba hay que mencionar a Sergio Rivero. Un hombre que por más de 40 años ha servido como entrenador de selecciones nacionales para damas en categorías juveniles. Quizás no muy mediático, poco conocido; así pasa inadvertido el técnico nacido en Buenavista, poblado de la provincia de Villa Clara. Desde ese intricado paraje, Rivero ha dado muestras de superación con logros a nivel internacional.

Ha prestado sus conocimientos en cuatro naciones del planeta con resultados. Actualmente vive en Colombia, donde labora como prestigioso preparador. Sergio Rivero accedió a conversar con Play-Off Magazine para dar a conocer parte de su vida dentro del deporte de la malla alta en Cuba y otras naciones, de sus vivencias, anécdotas y aversiones fuera de las canchas de voleibol.           

No fue un atleta con resultados deportivos. Sin embargo, se convirtió en un gran entrenador

El Fajardo marcó la diferencia. Yo venía de hacer las escuelas al campo de la secundaria de Buenavista, el campito donde nací. Era muy diferente con niños de campo con otras formas de pensar y actuar. Tuve que interactuar con variedad de personas al entrar en un centro de ese tipo que cubría las tres provincias centrales, Cienfuegos, Sancti Spíritus y Villa Clara.

Aquello fue como abrirle los ojos a uno. Aprender a vivir, pero fue muy bonito. Desde que entré a la escuela primaria de Buenavista me incliné por el voleibol. Como parte de mi formación practiqué atletismo, béisbol, me gustaban todos, pero preferiblemente el voli fue el deporte que en esa época ganó a mi generación en mi poblado.

No teníamos especialista en voleibol. Era el profesor de Educación Física que le gustaba y nos practicaba. Competí como municipio desde Buenavista, después a los regionales, integré parte de la región Caibarién, el llamado equipo Arroceros en los 13- 14 años. Era una etapa muy bella porque no existía tecnología como ahora y no había otra cosa que nos atrajera más que los juegos tradicionales y el deporte.

Nunca jugué primera categoría. Me seleccionan para ir a la EIDE Regional donde es hoy el hotelito de la playa de Caibarién y mis abuelos que me criaron no me dieron permiso, entonces opté por la carrera de Educación Física. Terminando la secundaria empecé en el Fajardo. De ahí mi inclinación a ser entrenador.    

Muchas personas no conocen la clase de entrenador de voleibol que es usted

Fue la EPEF, la Escuela de Profesores de Educación Física la que me dio una formación integral en cuanto al deporte. Había que practicarlo y estudiarlo todo. Me especialicé en voleibol, hice práctica docente en la EIDE de Villa Clara, que cuando aquello era Centro de Desarrollo Atlético CEDA. Al graduarme me propusieron quedarme a trabajar como entrenador y fue algo maravilloso en 1981, con apenas 20 años.

Recuerdo que en Santa Clara me dijeron que iba a empezar provisionalmente con el sexo femenino y ya llevo 40 años provisional. Empecé a trabajar con niñas de las categorías 13 – 14 y 15- 16 años. Paralelamente me nombran como entrenador de la primera categoría de la provincia y dirijo esas selecciones. Era algo excepcional porque conocí a jugadoras que estaban en el equipo nacional, algunas eran de mi edad y otras mayores.

Me mantuve hasta 1986 al ganar los Juegos Escolares Nacionales. Fueron precisamente en Villa Clara y me hacen una buena promoción para la ESPA Nacional. Ya era Licenciado en Cultura Física y me invitan a ese centro como parte de mi superación; comienza así mi primera experiencia internacional porque logré ver voleibolistas de primerísima talla.

Cuba era campeona mundial y venían muchos conjuntos de la antigua URSS a jugar a La Habana.

Pese a la efervescencia del voleibol en esos años 80 logró insertarse como entrenador del alto rendimiento.

Comienzo a abrir mis conocimientos más allá de mi municipio, más allá de mi provincia y de mi país. Entrenaba en el Cerro Pelado. Las condiciones eran buenas. Vivíamos en casas para los entrenadores, lo que es el reparto Siboney. Fue una etapa muy buena donde me sacrifiqué mucho porque siendo de Buenavista y viviendo en La Habana no era fácil, yo había tenía mi primer hijo. Recuerdo que iba a verlo cada 15 días o una vez al mes.

Tuve la suerte de formarme con entrenadores de mucha calidad en Villa Clara, graduados en la Unión Soviética, que después estuvieron en la selección nacional como Roberto García, Rafael Rabelo, quien hoy es Doctor en Ciencias y fue miembro de la Comisión Nacional. Aprendí no solo desde el punto de vista técnico, sino metodológico.

Al llegar a la capital me encuentro otro tipo de voleibol, mucho más amplio y nivel con perfeccionamiento. Me empiezo a nutrir de grandes como Eugenio George viéndolo día a día y a su fabuloso colectivo. Para mí fue una escuela.

¿Cómo vivió ese ambiente deportivo entre Villa Clara y la Habana?     

Llego a la Habana en enero de 1987. Me mantuve hasta el 90. Tuve vínculo con Villa Clara porque era prestación de servicios y dirigía todos los años la primera categoría. Tenía jugadoras como Inés María Molinet, Raiza O’Farril, Mirka Francia, Adrina López; voleibolistas alumnas mías que militaban en la selección nacional.    

Fueron varias etapas que viví en la capital. Ya Cuba era Campeón Mundial, después empezaron a ganar los tres campeonatos olímpicos. Eran años de muchos sacrificios para las atletas, no lo tenían ni remotamente todo. Venían de sus casas en guaguas a entrenar. Dormían en las instalaciones del Cerro Pelado.

Primó el deseo y amor por el deporte, la representatividad de llevar en el pecho la bandera de Cuba. Hay una anécdota con Eugenio, fueron a verlo todos los entrenadores a su habitación cuando triunfaron los primeros olímpicos y le dijeron que todos querían ganar, pero cuando vieron que no podían querían que fuera Cuba por ser un país pequeño y subdesarrollado que lograron imponerse a potencias mundiales. 

¿Cómo se producen sus responsabilidades como entrenador a eventos internacionales?

En el 91 soy contratado en Venezuela, asignado por tres años en el Estado Táchira. Al regreso, en el 96, me incorporo a La Habana. Habían acabado de ganar las cubanas sus segundos Juegos Olímpicos en Atlanta. Entonces me toca dirigir el seleccionado nacional juvenil para mujeres. Fuimos a Europa a varios torneos en España, Alemania e Italia. En agosto de 2000, en el Campeonato Norte Centroamérica y del Caribe (NORCECA) juvenil en La Habana y le ganamos a EEUU el partido final.

Fue el punto de partida como entrenador de nivel internacional con un aval de clasificar un equipo cubano a un campeonato del mundo y ganarles a potencias del voli. Culminando ese torneo vuelvo a salir para una misión en Centroamérica en El Salvador; dirijo la selección nacional salvadoreña participando en varios eventos internacionales. 

Sergio Rivero
«El tiempo dentro de una cancha te lo da el día a día para detectar o despertar lo positivo o restar lo negativo de los atletas».

¿Satisfecho de su trayectoria como entrenador?

Todo lleva su proceso y yo digo que para ganar primero hay que perder. Se aprende mucho de las derrotas. He tenido equipos buenos que he perdido y otros que he logrado hacerlos y hemos ganado. El ir ascendiendo de nivel, empezar en Santa Clara, La Habana e internacionalmente fue acumulando en mis experiencias.

Fui madurando como persona y profesional. Comencé muy jovencito y ya tengo 61 años. El tiempo dentro de una cancha te lo da el día a día para detectar o despertar lo positivo o restar lo negativo de los atletas.

En 2000 tuve el honor de ser uno de los seis entrenadores escogidos por Eugenio George para la preparación de la selección de mujeres a los juegos olímpicos. No viajé con ellas, pero terminándose esa competencia me enviaron a España con las seis jugadoras titulares juveniles y seis de la reserva de mayores participando en un torneo en Bilbao. Estuve en Italia en un campo de entrenamiento. 

Como le dije trabajé en El Salvador desde 2001 al 2003 y retorno a Venezuela con el equipo nacional juveniles y de mayores hasta 2010. Logré codearme con toda el área centroamericana. Fui al Campeonato del Mundo a Tijuana y tuve un horizonte más amplio que avaló para estar contratado en el extranjero.     

¿Por qué decide independizarse como entrenador?

Mi salida del INDER no es porque me sintiera mal en el organismo. Sencillamente para continuar mis funciones como entrenador internacional me iba a ser difícil. Es un proceso donde se otorgan las misiones. Cuando termino en Venezuela de mi regreso a Cuba trabajo en Buenavista, mi tierra natal, un año como director del combinado deportivo.

No me proponen laborar en nada en el alto rendimiento, tal vez si me llaman lo hubiera pensado, pero no lo hicieron. Yo de verdad no lo deseaba. No quería volver a viajar cogiendo botella en la autopista, a veces con aguaceros, para llegar a mi casa y después regresar un domingo temprano recorriendo más de 300 kilómetros hasta la capital. No me afectó en lo más mínimo que no me hayan llamado ni que me llamen. Ya uno va quemando etapas y la vida te va dando lo que realmente mereces.

Fueron muchos años de sacrificios. Yo tenía ciertas condiciones, mi carro, había arreglado mi casa con las misiones que había cumplido. Me sentía bien en mi pueblo de campo, tranquilo. Retorno a Colombia contratado con la selección del departamento del Valle Cauca y la selección de ese país. Fui a varias competencias en el exterior.  

¿Satisfecho con el paso que dio?

Aquí tengo mis puntos a favor y en contra. Cuando estuve de misión representando a Cuba a través de Cubadeportes tienes asegurada la salud, pero marca la diferencia el monto salarial. Yo llevo una vida ahora como un colombiano más. Me pago mi apartamento, la salud mensualmente, la renta. Por mi currículo tengo un salario más elevado que otros entrenadores además de los resultados competitivos que he tenido. He promovido muchas atletas a la selección de Colombia. Me siento muy acogido acá.

Tengo mi séptimo título ganado en Colombia. He triunfado en la categoría juvenil, Sub-23, en las mayores desde 2017. Mantengo mi mismo salario. No es contrato que por ganar te dan bonificación, se incrementa o no al término de cada año. Me siento muy regocijado porque me dicen cosas tan bellas las alumnas de todas las partes donde he sido entrenador. Eso vale más que cualquier medalla. Uno va sembrando y dejando huellas que no se empañan ni se dañan como las medallas ni los trofeos.     

He tenido la posibilidad de traer a mi familia. Tener a mi esposa aquí un mes y esas opciones no te las da el INDER. Yo sigo comportándome como si estuviera en una de las cuatro misiones que cumplí por Cuba. Eso me generó una disciplina. Uno viene acá a trabajar no a parrandear. Me cuido porque es un país dado a la violencia, pero mantengo un estatus de precaución.   

¿Cómo entrenador de alto rendimiento del voleibol cubano recibió las debidas atenciones?

La verdad que fueron más los sacrificios que los beneficios en el orden material porque en lo profesional fueron buenos. Recuerdo y lo digo con toda sinceridad. El único directivo que en su momento me ayudó fue Yolanda Falcón, quien fue exsecretaria del Partido en Remedios. Yo estaba en un momento bueno y ni el INDER ni nadie se preocupó, aun con mis resultados de campeón del NORCECA. Me ayudaron con algunas cosas que necesité. Lo guardo con mucho agradecimiento.     

Los demás, normal, era parte de mi trabajo. A nadie nunca le interesó si yo venía en botella de La Habana para Buenavista o en que regresaba. Siempre quise mudarme de ese poblado, obviamente. Quería vivir en Santa Clara y trabajar en la EIDE, pero como no lo logré, increíblemente, he andado gran parte de este mundo, aunque el epicentro ha sido Buenavista.

La casa que tengo es antigua que he ido remozando un poco, era de la abuela de mi esposa. Yo vivía en una finca aledaña a Buenavista. Cuando me casé me mudé para el pueblecito y empecé en esa casita que era de madera con tejas. En cada misión que lograba le hacía algo y la tengo un poquito mejor, pero es la misma de cuando me inicié como entrenador. El carro fue producto de la misión de El Salvador, me dieron derecho cuando aquello por una carta.

Uno tiene mucho a favor y en contra en esta carrera. Hay algo que me dolió mucho: Yo trabajaba en la Habana en mi mejor etapa cuando salí entre los 10 mejores entrenadores del año 2010 en la categoría juvenil donde Humberto Rodríguez, el presidente del INDER en aquel entonces, nos citó para una actividad y nos premiaron. Yo llegué con el trofeo de campeón del NORCECA y nadie a nadie le interesó.

En mi poblado de Buenavista ampliaron las capacidades telefónicas y dieron como 16 teléfonos y no obtuve ninguno. No me creo que era el mejor, pero no creo que era para haberme quedado sin él. Si no hubiese sido por el difunto Alexis Melgarejo, presidente del gobierno en Villa Clara, en ese tiempo yo no tuviera teléfono ni la forma de comunicarme para todas las acciones que tenía que acometer desde lçLa Habana.   

Tuve lo que luché, busqué, traje para ayudar a mi familia y a mis hijos. Me privé de muchas cosas junto a ellos, sus graduaciones de primaria, secundaria, cumpleaños, en fin. Hay otros que tienen mejor suerte, tanto atletas como entrenadores que han sido más estimulados y se los celebro. El caso mío no fue así.

¿Recuerdos que le quedaron para siempre?

Cuando repaso estos 40 años son muchas, pero ¿qué te puedo decir? Una de las figuras que más me apegué fue a Raiza O’Farril, porque más de una integrante de esa familia fueron alumnas mías. La hermana fue discípula mía también y logramos una estrecha amistad con sus padres. Estando en la Habana, el padre fallece en un accidente y me tocó traerla a ella que era muy jovencita, desde la capital hasta San Diego del Valle para el sepelio de su papá.

No le había contado del por qué regresaba. Se lo dije cerca al llegar a su hogar. Fue algo que nunca podré olvidar y ella siempre me recuerda marcándome por el apoyo en aquel duro momento. La O’Farril hoy es una profesional, profesora especialista de la Universidad del deporte en La Habana y tenemos las mejores relaciones. Fue algo único porque yo era muy joven también. 

¿Qué le parece el voleibol que se juega a nivel internacional con relación al cubano?

El voleibol a nivel internacional es muy competitivo y esa es una de las carencias de nuestro país. Se compite desde pequeñas categorías, mini voleibol mucho en eventos intercolegiados, departamentales, nacionales hasta la primera categoría. Cuba no ha logrado mantener esa prioridad a pesar de ser una cantera de talentos.

Yo he ido como tres veces a Brasil. Con la escuadra venezolana, dos ocasiones y una con Colombia en Sao Paulo. Las condiciones de esos clubs son impresionantes. Tienen desde piscinas, canchas de voleibol, tenis de campo, fútbol, teatro, la comida es algo extra, las jugadoras llegaban todas en su carro a entrenar. Es otro confort.

Aquí en Colombia donde estoy no es tan así. Tenemos buenas jugadoras que están contratadas en el extranjero, pero no tanto ese desarrollo, pero con relación a Cuba marcan la diferencia las condiciones de trabajo.

Yo estoy en un departamento donde es la base del voleibol colombiano y entreno en un gimnasio que tiene cuatro canchas techadas, 40 balones para trabajar, gimnasio de pesas, condiciones que posiblemente no la tenga ni la selección nacional de Cuba.

¿Cómo ve su futuro?

Mis raíces campesinas, criado en un ambiente tan sano con mis abuelos me marcó. Estoy muy contento con lo que he logrado. Me hubiera gustado lograr mucho más. Desde mi medio donde me formé jamás soné haber llegado a haber estado en un campeonato del mundo o juegos centroamericanos y del caribe y haber trabajado en cuatro países diferentes.

Mi futuro es a corto plazo. Tengo 61 años y llevo 40 como entrenador. Casi la mitad fuera de mi familia. Quiero terminar aquí en Colombia en 2023 con los Juegos Nacionales, regresar a Cuba y tal vez marcar dos años más para mi jubilación y tener tranquilidad. No quiero que me agarre una enfermedad o los achaques de la vejez por ahí. Sueño en estar bien para disfrutar los años que me quedan junto a la familia.  

¿Qué pasará cuando ya no este entre las canchas?

Cuando ya esté en el portal de mi casa conversando, quizás con un vecino o amigo me gustaría trasmitirle a los que empiezan que nunca olviden que trabajan con seres humanos, que lleva mucho sacrificio, no se trata solo de ganar medallas, sino también formar personas para el futuro. Hacerles ver que sí pueden y tienen para llegar; esa es la gran virtud de un entrenador.

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Imagen cortesía de Cortesía del entrevistado

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