Pasan los años, y el hecho de haber perdido al que posiblemente sea el mejor jugador del siglo XXI, sigue doliendo como el primer día. Así lo confirmé cuando leí este relato narrado por los padres de Wilfredo León, Alina Venero Boza y Wilfredo León Hechavarría, para el medio polaco WP SportoweFakty.

El día que León nació, 31 de julio de 1993, la madre tuvo que caminar cerca de una milla hasta el hospital pese a que había roto la fuente, pues por ese entonces no se encontraba gasolina por ningún sitio de Santiago.

“Imagina a una mujer en labor de parto que tiene que caminar tal distancia con un calor de julio de 35 grados. La vida endureció a nuestro hijo incluso antes de que naciera”, rememora Wilfredo León padre.

En pleno ‘período especial’ habían traído a aquel niño al mundo, cuando la crisis económica más golpeaba a la isla. “Faltaba todo: comida, ropa, zapatos, productos de limpieza… Las enfermedades se propagaban. ¿Qué era? Muchas horas de cortes de luz y una lucha diaria por la supervivencia”.

Debido al estirón rápido que dio el pequeño Wilfredo, tenían que pedir zapatos y ropa con más frecuencia que otros padres, debido a que “crecía como la mala hierba”, como ellos mismos cuentan. “Pero, simplemente lo disfrutamos. Era un chico alegre y enérgico. Era más alto que los niños del barrio, y tal vez por eso solía guiarlos en los juegos. Rápidamente, notamos que estaba muy en forma, tenía brazos y piernas largos, manos grandes. Estábamos convencidos de que tenía excelentes condiciones para la práctica deportiva”.

La madre había entrenado voleibol y había ganado la medalla de plata del Campeonato de Cuba como juvenil. El padre fue tres veces campeón de lucha juvenil de Cuba y, posteriormente, entrenador. Sus tíos, además, habían practicado voleibol y baloncesto, por lo que el deporte era algo que traía en sangre.

“Fue una coincidencia que fuera voleibol. Un día Alina paseaba con él por la calle de nuestra ciudad, Santiago de Cuba, y se encontró con su exentrenador. Este último rápidamente notó que el niño era muy alto para un niño de seis años y lo invitó a las clases”.

Fue en una clase para chicas donde León tendría sus primeros acercamientos al mundo de la malla alta, y demostró una potencia soberbia incluso para los ocho años que tenía por aquel entonces.

Sus padres recuerdan que era un muchacho muy disciplinado, respetoso y agradecido, causándoles casi ningún problema de pequeño, a excepción de una vez que tuvieron que llamarle al orden.

“Eran las vacaciones de verano en la escuela, así que había muchos dibujos animados para niños en la televisión. Para Wilfredo, esto era un gran atractivo, porque en Cuba no había televisión por cable con canales que pusieran dibujos animados todo el día. Se sentó frente al televisor como encantado, no tenía prisa por entrenar. Y sabíamos que seleccionarían jugadores para el equipo para la competencia interescolar”.

“Ver cuentos de hadas no te hará un campeón. Marcha al entrenamiento”, le dijo Alina. “Arrugó la nariz, pero fue. Cuando volvió, estaba sonriendo de oreja a oreja. Se metió en el equipo”.

Según cuentan sus padres, el voleibol fue su propia elección, aunque ellos hayan contribuido un poco a ello. Se lo quisieron llevar a la lucha, al boxeo, pero la mayoría fueron experiencias bastantes cortas. Sin embargo, hubo un deporte que lo enamoró, y por muy poco no se decidió por este.

“Al principio, el béisbol era un serio competidor del voleibol, y lo aprendió a jugar asistiendo a los juegos de la liga de trabajadores. Se metió en el equipo del colegio y en uno de los torneos le fue muy bien. Luego se puso en la posición del bateador y no había nadie fuerte contra él. Golpeó la pelota tan lejos, que hasta logró un jonrón. Los entrenadores locales quedaron muy impresionados e inmediatamente quisieron llevarlo al equipo local. Y casi lo convencen, pero luego hablamos con él y le sugerimos que eligiera el voleibol, porque creíamos que estaba hecho para este deporte”.

A pesar de ello, los comienzos de León compitiendo ya en el voleibol no fueron tan sensacionales como muchos pueden creer. A su regreso del primer torneo infantil en que participó, donde no obtuvo medalla, se echó a llorar y a lamentarse. Sin embargo, esto rápido cambió, y cuando comenzó a obtener trofeos, los llevaba hasta la escuela para mostrárselo a sus compañeros.

La selección femenina de voleibol, tres veces medallista de oro olímpico -de Barcelona (1992), Atlanta (1996) y Sídney (2000)-, le dio a los niños en Cuba la fe en la grandeza deportiva, como mismo cuentan los padres de Wilfredo. Mientras veían los partidos en la televisión en familia, le mostraban al pequeño que tenía que atacar como Mireya Luis, servir como Regla Torres y comportarse como Yumilka Ruiz.

“Para nuestro hijo, las jugadores de ese equipo eran modelos a seguir. Su ídolo, sin embargo, era Joel Despaigne, subcampeón del mundo de 1990. También era de Santiago de Cuba y cuando Wilfredo tenía 11 años, llegó a los entrenamientos de su equipo. Les dijo a los niños: ‘Siempre piensen en grande’. Uno de los jóvenes jugadores de voleibol sin duda se tomó muy en serio sus palabras”, continúan con el relato.

A los 13 años, León abandonaba el nido e iba hacia la Habana, donde se concentran los mayores talentos de toda la isla a temprana edad. Ahora estaban alejados de su hijo a 800 kilómetros, pero el contacto vía telefónica fue constante.

“Vivía en una habitación sin cristales en las ventanas y con goteras en el techo. A menudo, no había electricidad ni agua corriente. Para bañarse o lavar su ropa deportiva después de un entrenamiento agotador, tenía que correr al pozo a buscar agua y transportarla en baldes hasta el cuarto piso. Alina intentaba acercarse a él cada vez que podía. Cuando vio cómo vivía, se retorció las manos. Incluso a nosotros, que estábamos acostumbrados a una vida modesta, nos parecían fatales. Pero cuando preguntó si realmente quería quedarse allí, escuchó: ‘Sí, mamá”.

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Sin embargo, reconocen que esas condiciones tan adversas representaron para el adolecente León una escuela de vida, pues muchas veces se las tuvo que ingeniar sólo, además de aplicar lo aprendido con su abuelo, padre y tío, como electricidad y plomería.

Luego llegaría la historia que la mayoría de nosotros conocemos. A los 14 años ya formaba parte de la escuadra cubana para el Mundial de mayores y cadetes. Cuando aún no había cumplido los 15 años, debutó con el primer equipo en un partido de la Liga Mundial, algo sin precedentes en la historia de este deporte, y difícil que vuelva a suceder.

“Cuando lo llamaron, estábamos seguros de que se defendería en lo deportivo. Solo nos preocupaba si estaba físicamente preparado. ¿Será capaz de hacer frente si en el gimnasio le hacen levantar las mismas pesas que los jugadores mayores? Pero lo manejó todo. Tal vez incluso demasiado bien, porque durante mucho tiempo jugó para las selecciones nacionales junior y senior al mismo tiempo”.

Entre 2009 y 2012, Wilfredo León ganó tantas medallas que a sus 18 años ya tenía un currículum de atleta consagrado de cualquier selección del mundo. Subcampeón del mundo cadete, subcampeón del mundo para mayores, ganador de los Campeonatos del Norte, Centroamérica y el Caribe, oro en los Juegos Olímpicos de la Juventud, plata en los Juegos Panamericanos, bronce en la Liga Mundial, entre otros.

Todos esos logros, y la responsabilidad que cargaba encima, le provocaron mucha tensión, por lo que le empezó a doler el hombro. Las lesiones a esa edad son muy delicadas, y pueden marcar para siempre la carrera de un jugador, por muy prometedor que sea. Los padres sentían que él era su propio psicólogo y médico, debido a que los entrenadores siempre estaban más enfocados en el resultado que en la salud y el estado mental de los jugadores.

“Wilfredito apretó los dientes y jugó mucho tiempo, pero cuando regresó de la Liga Mundial del 2012 con un esguince en el tobillo y en vez de rehabilitarse fue al cuartel a hacer un entrenamiento militar de mes y medio para deportistas, algo en él se quebró. Decidió irse”, confiesan los padres.

“Cuando pidió no ser incluido en las convocatorias de la selección, fue sancionado con cuatro años de sanción. También lo colocan en la lista de deportistas de especial valor para el país, es decir, los que no pueden salir de Cuba. Y querían enviarlo al servicio militar normal, dos años”.

Comenzarían las peripecias de los padres por lograr que su hijo saliera del país. Fueron a cuanta oficina les mandaron, a la comisión militar para que lo eliminaran del registro. Durante mucho tiempo no le quisieron dar un certificado de graduación de la escuela secundaria, y peor fue para que le emitieran el pasaporte.

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“Incluso cuando todo estuvo arreglado y lo acompañamos al aeropuerto, teníamos miedo de que aún no hubiera terminado. Más temprano, sucedió que otros dos jugadores de voleibol estaban a punto de subir al avión, y en el último momento se les hizo retroceder. Realmente no queríamos que Wilfredo pasara por lo mismo. Pero el avión con Wilfredo a bordo despegó y voló rumbo a Europa. Entonces nos sentimos aliviados”.

La salida de León causó un gran revuelo en Cuba, y mucha gente culpó al padre. Sin embargo, como reconocen ellos mismos, se trató de una decisión autónoma.

En los viajes con la selección nacional de Cuba, León tuvo la posibilidad de ver cómo vivía la gente. “Qué tipo de casas tienen, qué autos tienen, qué pueden comprar en las tiendas o pedir en los restaurantes. Y él, el subcampeón del mundo, cobraba una docena de dólares al mes”.

Además de querer vivir a un nivel superior, también quería desarrollarse como atleta, jugar profesional. En Cuba en aquella época esa posibilidad estaba prohibida, por lo que se había encontrado frente a una pared, y tomó una decisión.

“Y tenía otra gran motivación: ya conocía a su actual esposa y quería estar con ella”, cuentan.

Los padres reconocen estar muy contentos con que haya elegido Polonia como su segunda casa, pues no tendría fanáticos como esos en ningún otro lugar. Tienen la seguridad de que Polonia está en lo profundo del corazón de Wilfredo León. Y en el de ellos también.

“Cuando lo vemos jugar, vemos la personificación de la elegancia del voleibol. Vemos su destreza, en parte heredada de sus genes y en parte desarrollada al luchar contra la adversidad. Vemos su coraje y determinación que caracterizan a los santiagueros. Tuvimos mucha suerte. Tenemos un niño que lo está haciendo muy bien en todos los roles de la vida. Es un gran deportista, un gran amigo, un gran padre y un gran hijo.

“No podíamos terminar esta historia sin agradecer a Dios por todas las bendiciones y dones que tiene Wilfredo. Gracias a todas las personas que ayudaron a nuestro hijo en su camino. Les estamos agradecidos de todo corazón”, concluyen Alina y Wilfredo, los padres del mejor jugador de voleibol del siglo XXI.

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Imagen cortesía de Foto: cuenta de Instagram de Wilfredo León
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