De jugar en Industriales y el equipo Cuba, pasó al olvido, sin el retiro que se merecía. Desde aquella vez en que no lo dejaban entrar al estadio donde forjó su carrera, Antonio Scull decidió que nunca más iría al Latinoamericano.

Con 20 Series Nacionales y una historia enorme a sus espaldas, sus hazañas sirvieron de inspiración a miles de niños que crecieron disfrutando del equipo azul y de peloteros como él, Carlos Tabares, Enrique Díaz, o Germán Mesa.

Durantes ese tiempo, Antonio Scull acumuló un total de 5 357 veces al bate y alcanzó la excelente cifra de 1 669 imparables, repartidos en 350 dobles, 29 triples y 208 jonrones. Su average fue de .312, con un slugging de 504, lo que demuestra su gran poderío con el madero.

El legendario exinicialista de los equipos capitalinos nos recibió en su casa, presto a conversar. La sala, por un momento, se convirtió en terreno de confesiones y él, como en sus mejores tiempos, conectaba con cierta facilidad cada pregunta.

Antonio Scull Industriales pelota cubana
Antonio Scull. Foto: Hansel Leyva

La complicada infancia de un niño que llegó a pelotero

“El Líquido”, como le apodaron sus compañeros, nació el 10 de septiembre de 1965 en la barriada La Corea, en el municipio San Miguel del Padrón y sus primeros pasos en el deporte estuvieron ligados, sin embargo, al pugilismo.

“Mi carrera como deportiva comenzó en mi natal San Miguel, e inicié en la práctica del boxeo en el centro deportivo ‘Pepe Prieto’. Luego me trasladé y encontré un terreno de pelota. Todos los días me detenía a observar, hasta que decidí cambiarme de disciplina”, cuenta.

En su niñez, el inicialista del extinto Metropolitanos y también Industriales tuvo una época difícil, influenciado, sobre todo, por el complicado contexto social en el que se desarrolló, en la conocida “Cuevita”, en La Habana. 

“No era un muchacho disciplinado y fui muy inquieto, siempre me estaban regañando. El béisbol me ayudó a salir de ese bache. A muchos de los compañeros que estudiaron conmigo, o los mataron o estuvieron presos porque robaron o cometieron algún otro delito y eso fue, en gran medida, porque el sistema existente en ese momento no era el adecuado”, detalla.

Sin embargo, recuerda su niñez con beneplácito y la mayoría de esas remembranzas están cercanas al deporte al que dedicó más de 40 años. “Mi niñez fue linda, aunque no teníamos un terreno de calidad, estuvimos por un tiempo en la finca del capitán, que nos prestaba el terreno para entrenar. Después llegó Andrés “El Chispa” García, quien asumió el papel de entrenador y secundó a Rafael Milanés y Julio Castalego”, explica.

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La familia jugó, en su formación como pelotero y persona, un papel importantísimo. “Debo los resultados, el nombre, la historia, a mi madre y mi padrastro, baluartes infaltables en mi transcurso por las categorías inferiores. Incluso cuando estaba en la Serie Nacional y me pagaban 100 pesos mensuales, ellos me daban 200 para poder comer en las giras por otras provincias, ya que la comida era pésima y teníamos que dormir en las gradas de los estadios, porque en los cuartos había mucho calor y mosquitos”, recuerda.

Desde pequeño, el futuro cuarto bate de Industriales comenzó a despuntar. Cuando apenas figuraba en la categoría 9-10 años, Antonio Scull integró la preselección del equipo nacional, aunque tuvo que marchar con la decepción de no integrar la selección de las cuatro letras.

“Mi mamá lloró mucho, porque creíamos que había hecho méritos suficientes para poder hacer el grado”, recuerda. Una categoría después, en la 11-12, logró rendir lo suficiente para vestir la franela del conjunto nacional, con tan mala suerte, que el viaje planeado para Taipei de China no se pudo efectuar.

El paso inolvidable por Metropolitanos y la llegada a Industriales

Más adelante, cuando ya había madurado, su tamaño y habilidades con el madero despertaron el interés de los dirigentes del equipo Metropolitanos, el segundo de la capital.

“Llegué a los Metros en el año 1985. En primera instancia me dejaron fuera, aunque bateé mucho. Me fui llorando, una vez más. Mis padres estuvieron cerca para darme una frase de aliento. Una semana después recibí una llamada inesperada, y para mi sorpresa me citaron a incorporarme. Sin dudarlo, asistí y ahí comenzó mi carrera al más alto nivel”, dice.

El veterano habla con pasión cuando se refiere al conjunto escarlata, en el cual no solo fue jugador, sino que también, después de su retiro, integró el cuerpo de dirección.

“Con Metropolitanos no ganamos ningún campeonato, pero llegamos a los playoffs. Recuerdo aquella postemporada contra los Industriales, en la cual el pareo se decidió en el quinto y último choque. Los juegos entre los dos conjuntos capitalinos formaban parte de una de las rivalidades más grandes que existían en el béisbol cubano, y como las mayores posibilidades estaban por los azules, todos queríamos llegar a formar parte de su nómina.

“El último año que jugamos con los Metros, el director de los azules, Pedro Medina le dijo a su equipo: ‘no quiero que hablen con ellos’. Entonces, les ganamos cuatro de cinco juegos que disputamos. Sinceramente, no podían con nosotros. Teníamos un equipo sólido, es una lástima que nos hayan desintegrado tantas veces. Los rojos le hacen mucha falta al campeonato nacional. Fue un equipo que, si bien no buscaba los grandes resultados o ganar el torneo, siempre brindó mucha competitividad y era la cantera de los Industriales”, afirma.

Metropolitanos constituyó una escuela para Antonio Scull, pero como todo joven pelotero soñó con aumentar su nivel e ingresar en las filas del principal equipo de La Habana.

“El primer año que vestí la camisa azul fue un momento inexplicable, una sensación indescriptible. Ese año no tuve buen resultado, bateé .290 y el público me abucheó mucho, de verdad que tiene mucha exigencia jugar con los Leones. Le decían a Carmona, que era el director, quita a Scull que le queda grande la camiseta, esto no son los Metros”, recuerda.

Las injusticias y el arribo soñado al equipo Cuba

Antonio Scull no se libró de las usuales injusticias que cometen los federativos y autoridades del beisbol en la Isla con los atletas, pese a lo cual nunca se rindió.

“Cuando Kendrys Morales comenzó a jugar, ordenaron que me botaran. El comisionado de turno le dijo a Rey Vicente Anglada: ‘Si quieres bota a Scull y que juegue Kendrys: ese no va a hacer más equipos nacionales’. A esto Rey respondió sin dudar que la autoridad en el equipo era él y que yo iba a seguir jugando en la inicial”, cuenta.

“En la Olimpiada del Deporte Cubano me ocurrió algo similar, pero esa vez el director era Armando Jhonson. En el Latinoamericano, después de conectar doble, se me acercó y me dijo: ‘Líquido, tengo que sacarte, me mandaron de la Comisión Nacional a que te quitara y pusiera a Kendrys’. Demostré mi inconformidad, pero de igual forma me quitaron. En ese momento recogí y me fui para la casa. Al otro día, fueron los dirigentes a pedirme disculpas, diciendo que la orden había venido de más arriba”, detalla.

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Pese a estas situaciones y otras que vendrían a entorpecer su camino, alcanzó la selección nacional, en una historia marcada por el sacrificio. 

“Llegué al Cuba luego de estar con Occidentales. Tuve una lesión en Granma jugando contra Orientales en un tope de preparación, me dio una pelota en la cara, me salió un hilo de sangre, me llevaron al médico y taparon el ojo. En la noche nos tocó el partido bueno con los Orientales, que se complicó un poco y le dije al director, que era Pascual, ‘déjeme batear’. Me quité el parche y con tal, disposición me dieron la oportunidad. Salí y conecté cuadrangular por encima de la pizarra.

“El entrenador, a la mañana siguiente, se reunió conmigo y el resto de los directivos y me dijo que hasta donde él fuera, yo iría con él. Así fue como entré en la preselección. Viajé a Japón. Allá Orestes Kindelán dio siete y yo conecté seis. Después fuimos al tope con los americanos y, aunque no jugué casi, pegué tres imparables en cinco turnos”, dice.

Aquella Olimpiada del año 2000 en Sidney dejó huella no solo en los seguidores del béisbol cubano, sino también en los jugadores. Tras derrotar al equipo estadounidense en un primer encuentro y con la idea de que José Ibar actuara desde la lomita en el choque conclusivo, los peloteros casi cantaban victoria, pero algo pasó que cambió el destino.

“Llegamos al juego final y todo estaba listo para enfrentar a Estados Unidos cuando, de imprevisto, recibimos una llamada que cambió el rumbo del choque. José Ibar era el abridor previsto para lanzar ese desafío, pero llegó la orden de que Pedro Luis Lazo enfrentara al equipo rival. En ese momento, nos dimos cuenta de que los directores no estaban libres para tomar decisiones y que el equipo lo comandaba alguien que no conocíamos”, cuenta.

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Antonio Scull. Foto: Hansel Leyva

Entre el olvido y la enseñanza: el presente de Antonio Scull

En la actualidad, el veterano se encuentra al frente de los equipos de 11 y 12 años y de la primera categoría de San Miguel, con sede en el estadio Bobby Salamanca. El legendario 25 cuenta que es apasionante trabajar con los muchachos, e incluso, se siente identificado con muchos de sus alumnos, sobre todo los pequeños. Aunque aclara que no está al margen de todos los problemas materiales y logísticos que afectan al béisbol en Cuba.

“Lo primero que nos hace falta son implementos deportivos. En el área tenemos instrumentos de trabajo gracias a los compañeros míos que viven en Estados Unidos, se los pido y me los mandan. En las reuniones que tenemos con las autoridades del municipio o de la provincia reclamamos el déficit existente.

“Me gusta ayudar a los atletas, tengo muchachos que tienen problemas de conducta, como mismo los tuve yo, pero los apoyamos. Tres muchachos que son orientales viven en el ‘llega y pon’ y no tenían como estudiar, porque no contaban con dirección de La Habana. Hicimos la gestión en la provincia y satisfactoriamente se incorporaron a un centro educativo”, explica.

Pero hay una herida del pasado que no ha cerrado aún. Un hombre que dedicó tantos años de su vida a la pelota de la isla no exige mucho: solo necesita del apoyo y la preocupación de las autoridades que deberían representarlo, pero en cambio le devuelven olvido.

Según afirma, es cuestión de detalles, porque una llamada, un mensaje, y también el retiro que le deben ante su afición, no son cosas que requieran de grandes sumas de dinero.

“Desde que me retiré, hasta hoy, no se han acordado de mí; nunca me hicieron un retiro decoroso. Llevo tres años sin entrar al Latino. La última vez que fui tuve un altercado, porque ni los porteros conocen a los atletas. No me dejaban entrar, tuvo que venir el comisionado y decir, ‘ese es Antonio Scull’. Yo iba con mi esposa y mi hijo y me estaban prohibiendo el acceso al lugar donde jugué 20 años. En ese momento decidí no ir más al Latinoamericano”, dice.

Así concluye Antonio Scull, con alguna lágrima en los ojos, pero feliz de lo que ha conseguido en su vida. Tras el diálogo, accedió a regalarnos una sesión de fotos. Cuando preguntamos si tenía una camisa suya de cuando jugaba, para sorpresa, solo conserva las de su equipo San Miguel.

“Las camisas las he ido regalando para poder resolver algunas cosas necesarias en la casa”, concluyó con una sonrisa.   

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