Fue devorado, en más de una ocasión, por los “demonios” que siempre han habitado dentro de los decisores del béisbol cubano. Fue, aquel talentoso pelotero, quien cargó sobre sus hombros la responsabilidad relevar a una leyenda como Luis Giraldo Casanova desde el mismo momento en que hizo su entrada al equipo de Pinar del Río. Todas esas batallas las tuvo que librar Daniel Lazo, además de jugar a la pelota, lo que más amaba en la vida.

­­“Eso decían, pero yo no metí tanto aquello en mi mente para no preocuparme. Sí trataba de olvidarme del nombre de Casanova, al que yo sustituí, porque si no, mi rendimiento no iba a ser igual. Como él, no ha existido nadie”, cuenta, cuando han transcurrido tantos años, en su natal provincia cubana.

Daniel Lazo lleva mucho tiempo ya retirado, pero mantiene una buena forma física. Tal parece que estuviera listo para salir, nuevamente, bate en mano, a conectar jonrones como aquel que le diera a Industriales en el estadio Latinoamericano, para decidir un playoff.

“Mi papá, Jesús Lazo, me veía jugando en los terrenos en el campo, observaba mis habilidades frente a personas mayores, allá por el kilómetro 8 de la Carretera a San Juan y Martínez. Se llamaba Río Feo, donde nací. Él fue quien me inculcó que fuera para la Pre-EIDE y ahí comenzó todo, hasta hoy. Yo muero por el béisbol, el único deporte que me apasionaba”, afirma.

Su padre nunca llegó a jugar béisbol de una manera organizada, pero junto a su madre, fueron parte fundamental en su recorrido por el deporte. La pelota sí fue parte de la vida de varios miembros de su familia, como su tío Reinaldo Monterrey, quien integró Forestales (equipo de las Series Nacionales cubanas durante varios años), de su hermano Yosvani Lazo (jugó con Cienfuegos), además de su sobrino Yusniel Lazo y de Raudel Lazo (primo) quien tuvo experiencia dentro de las Grandes Ligas.

Impulsado por sus padres, Daniel Lazo transitó por toda la llamada pirámide de la educación deportiva cubana: la Pre-EIDE, luego pasa a la EIDE (Escuela de Iniciación Deportiva) y posteriormente, por la categoría juvenil dentro de la (Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético (ESPA), etapa en la que comenzó a llamar la atención por sus números en el campeonato nacional de la categoría.

Exbeisbolista Daniel Lazo
Exbeisbolista Daniel Lazo.

Mucho se habló de que usted sería el nuevo Luis Giraldo Casanova, uno de los más grandes beisbolistas de la historia de Cuba.

Eso comenzó durante mi etapa en los juveniles, cuando en 10 juegos pegué 8 cuadrangulares y empujé 24 carreras. Fue en el año 1991 y desde ahí comenzaron a trabajar conmigo hasta que fui trasladado a los jardines.

Cuando Casanova se retira, él sale al extranjero y luego de un tiempo, en 1994 o 1995, lo hicieron trabajar conmigo. Él me dijo: “Daniel, me mandaron ayudarte porque tú puedes ser el cuarto bate en los Juegos Olímpicos de 1996: o te haces pelotero, o te quedas en el olvido”. Entonces, le dije: “me hago pelotero, trabaja conmigo”. Al otro año, lo separan de mi lado, no sé por qué. Ahí quedó todo, sin darme una respuesta.

¿Fue muy exigente tu padre contigo durante tu carrera?   

No, me decía que siempre estuviese tranquilo, que todo pasaba, que era un muchacho nuevo en una época de buenos peloteros en la que di un salto muy grande, desde los juveniles, y había buen picheo. Él me decía: “no te preocupes por tanto si te ponchas o luces mal, pues hasta que no te adaptes no vas a tener resultados y, poco a poco, los irás obteniendo”.

Daniel Lazo hizo su entrada al equipo nacional bastante rápido. ¿Cómo valora esa etapa?

Para mí, fue mi buena a la vez que muy mala experiencia. En 1993, hice el equipo Cuba, y la primera vez al bate, di un jonrón ese año. Produje de 10-10. Al siguiente año, me dicen que no podía hacer el equipo al Campeonato Mundial porque estaba pasado de peso, cuando yo pesaba 83 kilogramos: esa fue la primera mala. Yo era muy joven, seguí en los entrenamientos, eso pasaba y en ese tiempo, como había muchos peloteros, se hacían 3 o 4 equipos Cuba.

Cuando muchos daban por hecho su partición en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, queda fuera del equipo. ¿Qué sucedió?

Fue otro momento amargo para mí. Viramos de Mar del Plata y seguí en los entrenamientos. Se hizo entonces la primera Copa Revolución. Di 16 jonrones, empujé 46 carreras y promedió 361, primer jardinero en todo el país. Fuimos para la gira de preparación en México, Japón, Estados Unidos y Nicaragua. Quedé líder en empujadas, no había como sacarme out ni decirme nada y ahí me enteré que se había quedado Rolando Arrojo. Subieron a Jorge Fumero y Eliecer Montes de Oca y me bajaron a mí, estando en forma.

Ahí me llamaron, todo el mundo hablaba conmigo y me decía que era un muchacho nuevo. En ese momento, era el primer año de Rey Isaac. En Japón, los japoneses solo se fijaban en como fildeaba yo, en los tiros a las bases. No le quito mérito a Isaac, porque él se lo ganó.

Yo era una persona muy noble, muy tranquila, por eso me pasaban esas cosas. Nos decían que había muchos pinareños, pero eso no tiene nada que ver. Si no hubiese bateado, está bien, pero Antonio Pacheco y Orestes Kindelán me defendieron: si fui yo quien más bateó, ¿por qué van a subir a Fumero y Montes de Oca? Pacheco les decía : “si no lo quieren como bateador, llévenlo como pícher, que él lanza más duro que toda esa gente y aquí no hace falta picheo”.

¿Qué vino luego de esa decepción para Daniel Lazo?

Regresé para Cuba y se me quitaron los deseos de jugar pelota, era una desmotivación completa. De pesar 88 kilos, pasé a 120, porque no tenía deseos de nada. Me fui para mi casa, me senté y dije que no iba a jugar más. Al comenzar la Serie Nacional, Jorge Fuentes habló conmigo, me dijo que era un muchacho nuevo y me convenció, pero ya el daño estaba hecho. Los golpes míos fueron duros. En las giras del equipo Cuba, ponían a Orestes Kindelán de cuarto y a mí de quinto, o si no jugaba él, yo era el cuarto. Ahí era cuando yo más bateaba, no tenían como decirme que estaba mal.

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¿Qué hizo durante ese tiempo sin béisbol? ¿Cómo logró volver a jugar?

No hacía nada, estaba sin salir de mi casa. Donde quiera que iba, estaba la gente apoyándome. Me preguntaban por qué estaba fuera del equipo y yo sin tener argumentos para responderles. Regresé de nuevo a la Serie Nacional, con un esfuerzo grande: entrené con pesas, trabajé la resistencia, eso me ayudaba.

Volvió al equipo Cuba para los Juegos Panamericanos de Winnipeg en 1999, un evento muy complicado. ¿Qué tan difícil fue ese torneo?

Fue difícil, muy difícil. El somatotipo de todos esos jugadores ya era superior al de nosotros, ya por ahí iban ganando. Nosotros parecíamos juveniles al lado de ellos, los mirabas y decías: estas no son personas. ¡Cómo jugaban! No se equivocan, son máquinas y nosotros no teníamos esa disciplina que tenían ellos.

Estábamos presionados desde el primer momento, con la gente arriba de nosotros antes del juego con Canadá. Uno que fue a hablar con nosotros y le dijo mil cosas a la dirección del equipo fue Eugenio George. Él se metió en la habitación de todos nosotros y dijo: “dejen hacer a los peloteros lo que les dé la gana, ustedes los tienen presionados. Vengan para acá” y nos dio una botella de ron. “Relájense, que ustedes lo que están es presionados”, dijo.

Fíjate la presión que teníamos que nosotros, antes salir al terreno, en la guagua, nos tomábamos las manos uno detrás del otro. Jugando, no podías mirar a las gradas, no podías ir al baño. Mirábamos a las gradas y había 3 o 4 de la Seguridad. Una vez, entramos nosotros al baño y ahí estaban 3 o 4 detrás de nosotros. Hasta que Urquiola se molestó y dijo: “dejen a los peloteros jugar, los tienen locos”.

Yo estaba ayudando calentando a los pícheres y te chiflaban. Cuando mirabas, estaba la gente de la Seguridad. Fue un momento difícil. Nosotros nos dábamos mucho ánimo para salir de ese momento porque había mucha presión: no había quien jugara pelota así.

También tuviste la oportunidad de enfrentar a un equipo profesional de la MLB los Orioles.

Cuando llegamos, el tiempo era de lluvia, y aquello fue del hotel al estadio, pero fue una experiencia bonita ganarle a un equipo de Grandes Ligas y con esa cantidad de carreras.

¿Pensó Daniel Lazo, en algún momento, abandonar el equipo en un evento internacional?

No, nunca, y detrás de mí estuvieron los scouts desde el año 1991 en Edmonton, Canadá, cuando quedé en el equipo todos estrellas. Después también en 1993, en Italia.  Me decían que tenían una maleta de dinero, que yo era buen prospecto: ellos hasta llegaron a saber, primero que yo, que no iba a hacer el equipo a los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996.

Fue un camino muy complicado tu recorrido en la selección nacional.

Fíjate si lo mío fue difícil que, desde que empecé en los juveniles, en el primer año, conecté 8 jonrones en 10 juegos y empuje más de 20 carreras ese año y, siendo el mejor primera base, no hago equipo. En el segundo, nos sacaron del equipo a mí y a Pedro Luis Lazo y nos invitaron a jugar contra un equipo de Italia que vino a la Ciudad Deportiva en La Habana. Todo el mundo estaba con el traje del equipo Cuba y yo con el de Pinar del Río. En ese juego, a un lanzador zurdo le pegué dos cuadrangulares, pero ya no jugué más y me mandaron para Pinar del Río.

¿Fue diferente tú experiencia en el equipo Pinar del Río?

Era un equipo con mucho talento, si no era uno, era el otro, pero nunca hubo problemas. La unidad del equipo era muy linda y si perdíamos, al otro día se entrenaba con más deseo.

Yo siempre trazaba mis metas, que eran tener más jonrones e impulsadas que Kindelán. Eso me motivaba, porque yo veía en los entrenamientos cómo se esforzaban. Mi meta era seguirlos a ellos, por gusto no iba a coger sol. Los muchachos, hoy en día, entrenan por entrenar. Por eso, con 30 años, yo tenía más de 800 carreras impulsadas y fui quien más rápido llegó a los 200 cuadrangulares. Yo me fijaba en Lázaro Madera y Omar Linares, siempre quería competir con ellos para llegar a ser alguien.

Existe una imagen imborrable en la memoria de los aficionados de Pinar del Río e Industriales y fue aquel cuadrangular de Daniel Lazo en el Latinoamericano, en un playoff semifinal, para darles la victoria a los pativerdes.

Para mí, ese fue el mejor momento y el más malo, pues desde que yo le di el jonrón a Industriales se olvidaron de las giras para mí. Ese día, di dos. Yo terminé mi carrera tres años después, estando bien, pero me echaron a un lado: me retiro en el 2005, con 32 años.

Esa noche la disfruté bastante, porque era mi día, aunque me sentía nervioso antes de salir. Prefería que me dieran un pelotazo. Entrar a ese estadio repleto impresionaba, por la bulla, los gritos de la gente. Por suerte, la primera vez al bate le di jonrón a Yamel Guevara, estábamos perdiendo y lo puse 2×1: ahí comienzo yo a motivarme.

Pero en ese momento, ante Amauri Sanit, cuando vi aquel Latino lleno, con todo el mundo de pie y aplaudiendo, haciendo la ola, me dije: esto, ¿qué cosa es? Estaba concentrado, solamente miré a las gradas. Recuerdo que tenía dos bolas y un strike, pero ya sabía el movimiento que hacía Amauri Sanit. Me dije, ahí viene con recta, la recta dura. La vi muy bonita y pensé: nada más voy a hacerle el swing y pegarle, que la fuerza la pone él. Desde que le di, sabía que era jonrón.

Aproveché bien en ese momento y lo disfruté. Antes del jonrón, había una bulla que no dejaba escuchar nada. Después, se podía hacer una carrera de mosca contra mosquito, que se iba a escuchar todo. Era un silencio completo, yo iba como corriendo en el aire. Me emocioné muchísimo, pero a la vez, decía por dentro: jodiste a Industriales, mira el público como está, pero sabes que te van a castigar. Después de eso, me mandaron a jugar con los Diablos Rojos y Sultanes de Monterrey.

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Pero si retrocedemos un poco hacia atrás, las lesiones comenzaron a aparecer en tu carrera antes.

Eso vino siendo en la temporada 1997-1998. En mi primera vez al bate, conecto jonrón en Viñales con bases llenas. Después, di jonrón nuevamente y luego, con bases llenas, un triple, pero como el terreno estaba suelto, mientras más corría más se removía y cuando llegué a tercera, me molestó la rodilla. Salí del juego y en la casa, yo sentía que algo en la rodilla se me inflamó. Tuve que ir a operarme del menisco y el cartílago en el hospital Frank País con el equipo del doctor Álvarez Cambras, estuve como 7 u 8 meses de reposo y después de aquello, comenzaron a llegar las lesiones: me recuperaba un poco y después venía la otra.

¿Fueron las lesiones el motivo para decir adiós al deporte activo?

Se podía seguir, lo que ya venían otros intereses atrás. Ya tenía 32 años y decían que éramos personas adultas, que había muchachos “empujando”. No tomé la decisión del retiro, a nosotros nos dijeron: los vamos a mandar a Venezuela para que jueguen. Así nos fuimos Lázaro Arturo Castro, Omar Ajete, Faustino Corrales, Juan Carlos Linares pero cuando llegamos, fue otra cosa: nos mandaron a cumplir una misión, nos engañaron, llevamos los trajes y todo, pero fue otra cosa.

¿Qué vino después del retiro?

Logré jugar pelota allá en una liga de la que salía talento, pero quien me reconoció y me llevó para el estado de Miranda fue el hermano de Aristóbulo Istúriz. Jugué con un equipo de ellos, quedé líder en jonrones y empujadas y tenían interés en que jugara la Liga Profesional con los Leones de Caracas, pues decían que con 32 años no podía estar retirado en Cuba.

Fue difícil, era lo que uno amaba y lo que siempre hice en mi vida, jugar pelota y nada más. Cuando tomaron esa decisión, ya no sabía qué iba a hacer. Me volví loco, pero hablaron con la Comisión Nacional para ver si me dejaban jugar porque estaba en forma, pero desde aquí no me autorizaron porque nosotros íbamos a una misión.

En Cuba, he entrenado niños en las categorías pequeñas. Dirigí la primera categoría con Pinar del Río A, quedé campeón, estoy como haciendo scouting de los muchachos del 11-12.

¿Soñó con el retiro oficial?

Uno siempre lo sueña, ya han pasado casi 20 años y a nosotros nunca nos han dicho nada. Ya no hay motivación para si un día deciden hacerlo, pues el retiro se hace en el momento: ¿qué sentido va a tener eso ahora? Ninguno para mí, que se quede todo así.

¿Te sientes lo suficientemente valorado?

Yo digo que no se me ha valorado lo suficiente. Ellos dicen que no quiero, pero yo sí quiero y si hablan conmigo, voy a entrenar. Estoy muy joven todavía, puedo ayudar también, pero no voy a ir a donde no me llaman. Cuando se decidieron por mí para dirigir el equipo Pinar B yo acepté; cuando me dicen, ves a chequear, yo voy: estoy dispuesto a todo, pues no hago nada con estar sentado en el parque viendo pasar el tiempo y sabiendo que puedo ayudar hacer algo.

Hay muchachos que quieren que esté con ellos, me llaman y voy a entrenar el bateo. Los veo con condiciones, perspectivas y cuando voy de nuevo, ya me los separan. Hay muchachos de calidad, dicen que aquí no hay jardineros de fuerza, pero sí los hay, lo que toca trabajar con ellos en los errores. Disfruto el trabajo de scouting porque hay muchachos que tienen condiciones.

Llevo 8 años con el carro roto y estoy esperando todavía. No han tenido el interés de pasar por mi casa para saber qué me hace falta. Llevo 15 años pidiendo el teléfono para mi casa y todavía no me lo han puesto. He hecho más cartas que todo el mundo y ha sido por gusto.

¿Qué diferencias ve Daniel Lazo entre su generación y la actual?

Está en la mentalidad, lo ellos ahora es estar en el terreno por estar, pero lo de nosotros era para dedicarnos las dos horas al béisbol. Ahora, en lo que piensan es en el celular, les das un consejo y es por gusto, no demuestran ningún interés.

Con tú hermano también compartiste la pasión del béisbol. ¿Cómo es la relación entre ustedes?

Muy buena, somos una familia muy unida. A él, le cerraron las puertas en Pinar del Río, hasta que un día decidió irse a Cienfuegos. Le dije: si te vas, es a cumplir tu objetivo, estás solo allá. Me dio su palabra y se entregó hasta que logró jugar varios años con Cienfuegos y tuvo buenas temporadas: fíjate que los únicos hermanos que han dado 20 o más jonrones, somos él y yo.

¿Qué representa su familia?

Eso es lo que me inspira. Tengo tres niñas: la mayor se gradúa de estomatología y las otras tienen 10 y 9 años, respectivamente. Nunca pude disfrutar con la más grande, pues no estaba ahí, por eso me ven ahora con las chiquitas para todas partes. Con la mayor, en el momento en que pude estar a su lado, lo estuve: cuando había que llevarla al círculo infantil, le decía que no se fuera para que estuviese un ratico conmigo porque en ese momento, cuando se jugaba por la noche, uno salía por la mañana y cuando regresaba, ya estaba durmiendo.

Yo las amo a las tres, somos muy unidos y todo el mundo dice que el mejor padre del mundo soy yo porque me ven con las niñas disfrutando: ha sido lo mejor que me ha pasado.

¿Satisfecho Daniel Lazo con lo logrado en su carrera?

Me faltó mucho, por las metas que me había trazado. Me faltó demostrar mucho más quién era Daniel Lazo. No estoy complacido, podía haber dado más.

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Imagen cortesía de Darien Medina Bonilla
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