Algunos días después de cumplir un mes de vida, Enrique Cepeda enfermó y padeció una fiebre muy alta que le provocó convulsiones y le afectó la visión. Para la familia, una madre ama de casa y un padre chofer de carreteras, aquello no fue motivo para darle una crianza diferente a la de sus hermanos.

Con sus limitaciones físicas, ese niño criado en un barrio marginal de Lawton, en La Habana, se enfrentó a su entorno y escribió una de esas historias increíbles de superación, gracias a los valores que le inculcaron con el paso del tiempo, y a la semilla de voluntad que supieron sembrarle desde sus primeros días.

“Tuve la suerte que mis padres no me sobreprotegieron con tal que yo fuera un muchacho lo más normal posible y eso me ayudó mucho”, le dice a Play-Off Magazine.

“Gracias a ellos mantuve una línea recta y no me dejaron cambiar de parecer a pesar de criarme en un barrio marginal. Mis padres eran muy rectos con la disciplina y me dieron una buena educación.

“La familia es fundamental. Yo creo que se puede nacer en cualquier lugar siempre y cuando tengas una familia que sepa educarte, llevarte por el buen camino y darte la orientación correcta”, agregó.

Encima de esos cimientos fue creciendo aquel niño que a finales de siglo llegaría a ser el rey de deporte para discapacitados (adaptado), con una increíble cosecha de más de 50 medallas en toda su carrera, donde destacan cuatro doradas en Juegos Paralímpicos en salto triple y de longitud, además de otras en Campeonatos Mundiales y Juegos Panamericanos y Centroamericanos.

La entrevista la hicimos en la Ciudad Deportiva, escenario perfecto para un hombre que dedicó toda su vida al deporte y que, según sus propias palabras, aún se siente atleta a sus 60 años. “Eso lo llevo en la sangre. A veces voy caminando y sin darme cuenta hago una imitación de salto de longitud, porque aún me siento atleta”, confesó.

¿En qué consiste tu enfermedad?

Cuando me dieron esas convulsiones desde pequeño se me afectó el nervio óptico y eso me dejó un estrabismo muy violento en ambos ojos. A los seis años me hacen una operación en los dos y a los 12 en el ojo izquierdo. Tres años después me hacen una tercera intervención para fijar el ojo.

Yo tenía astigmatismo, estrabismo, visión degenerativa y callosidad, esta última hizo que mi enfermedad se quedara estacionaria y eso permitió que no me quedara ciego, tuve esa suerte.

¿Fue difícil la infancia para un niño con esos problemas?

A veces los muchachos me hacían bullying. Yo les tiraba piedras y me fajaba. Una vez le dije a mi mamá que no iba más a la escuela hasta que no me operaran, pero siempre jugaba con los niños normales, no hubo ese problema de diferencias. Yo no tenía complejos, me molestaba a veces pero tenía el apoyo de mis hermanos y de mis padres que no me miraban como un niño con discapacidad.

Ese es el mensaje que siempre le he querido dar a los padres de los atletas con discapacidad, que no sobreprotejan a los muchachos porque eso los perjudica y no se desarrollan, no se sienten parte de la sociedad.

¿De dónde viene ese gusto por el deporte?

Vengo de una familia deportista. Mi mamá y mi tía fueron de las primeras mujeres que jugaron béisbol en Cuba, y mi tío, antes de ser árbitro nacional, fue jugador profesional en Venezuela. Por ahí viene mi gusto por la pelota. Mi papá, además, jugó primera base y fue boxeador semiprofesional.

¿Es cierto que el béisbol siempre fue tu gran pasión?

Jugué beisbol hasta los 12 años cuando comencé a perder visión. La pelota me daba, no podía fildearla. Jugaba short-stop, segunda y center field. Tenía muy buen sentido del oído y solo con el sonido del bate sabía hacia donde se dirigía la pelota, pero ya no podía medir las distancias.

Me daban muchos pelotazos y me di cuenta que no podía continuar en ese deporte.

¿Por qué te decides por el atletismo?

El difunto Humberto Campos le dijo un día a mi tío que me llevara para el atletismo porque yo era muy rápido, pero no fue hasta los 18 años que comienzo a practicarlo

Ahí en el Cerro Pelado había un combinado y yo iba con Rolando Tamayo que fue mi primer entrenador. En el 1984 me hablan de la Asociación Nacional de Ciegos y al principio me negué porque pensé que era solo para ciegos y yo no lo era, pero un gran amigo mío, Bárbaro Silva, me embulló y fui.

Allí me hicieron las pruebas y vieron que tenía la categoría visual para poder competir y comienzo en el deporte. Muy rápido obtengo varias medallas de oro y hago récord nacional.

¿Pero antes lo hiciste con atletas convencionales?

Yo competía con convencionales y eso me motivaba para superarme más. En el año 1985 fui campeón nacional en 100 metros de los V Juegos de los trabajadores, obtuve medalla de bronce en un relevo en una Copa Cuba y en otros eventos. Yo competía y me sentía uno más de ellos y el reto de mi vida siempre fue tratar de igualarme con los convencionales.

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Eso ayudó mucho en tu desarrollo

Trabajar y entrenar con ellos me ayudó mucho en mi preparación y en mis resultados. Cuando estaba en el estadio con el equipo nacional competía junto a esa gama de atletas que tuvieron grandes resultados como Yoelvis Quesada, Iván Pedroso, Jaime Jefferson, etc.

Junto a ellos salté, y aunque no llegué a los ocho metros logré saltar 7.23 que constituyó récord mundial para mi categoría. Fui recordista paralímpico en salto de longitud y triple, o sea, tuve resultados muy halagüeños.

También fui el primero del mundo en triple salto en llegar a los 15 metros entre las personas con discapacidad, y esas cosas las logré gracias a que trabajé mucho con los atletas convencionales.

Pocas personas tienen esa voluntad para imponerse a las adversidades

Todo el mundo hablaba de mi problema en la vista y yo tenía que imponerme y demostrarles a todos lo que yo era capaz de hacer. Los muchachos del barrio me decían que para qué yo corría tanto, que nunca iba a llegar a nada, y eso, más que desmotivarme, me creó una voluntad de hierro.

Lo primero es saber las condiciones naturales de cada cual. Lo otro es tener mucha voluntad, mucha dedicación y mucho amor a lo que tú estás haciendo. Sin esto no pueden salir los resultados.

La cantidad de medallas que ganaste en tu carrera deportiva, sobre todo de oro, es impresionante. ¿Cuál de ellas guardas como tu mayor tesoro?

Tengo varios momentos que fueron importantes en mi vida como atleta. Cuando logré ser campeón paralímpico en Barcelona 92 sentí que toqué el cielo con las manos. En ese evento esperábamos dos medallas de oro, pero hubo una manipulación de los árbitros allí y no pude competir en salto de longitud.

Otra de mis grandes alegrías fue en Atlanta 96. Allí estaba perdiendo con el bielorruso en el salto de longitud y le gané en el último intento.

Le dije a mi entrenador que iba a ser lo que yo quisiera y él confió en mí. Le pedí aplausos al público, corrí la marca hacia delante y salí con todo sin importar si era foul. La medalla de plata estaba segura y como decimos nosotros “enganché el salto” y salté 7.17, récord paralímpico en ese momento.

Ahí no había otra solución. Salí con todo y tuve la dicha de pisar en zona fear y lograr la marca para la medalla de oro.

El otro momento fue quizás el más duro de mi vida deportiva. En Sídney 2000 me lesioné en un entrenamiento antes de la competencia, tuve un desgarre muscular a la altura del muslo izquierdo.

Todo el mundo pensaba que no iba a saltar, pero tuve la suerte de ser atendido por una fisioterapeuta australiana que me ayudó. Allí aprendí lo que era la técnica del dolor.

El doctor Borges estuvo todo el tiempo a mi lado, me hizo una resonancia magnética y tenía 20 cm de líquido que no se sabía si era sangre y me dijo que en esas condiciones no se arriesgaba a dejarme competir porque estaba en juego su prestigio como médico.

Le dije que no se pusiera bravo que yo había ido allí a competir y toda esa gente sabía que yo era campeón paralímpico y estaba también en juego mi prestigio como atleta.

Entonces se reunieron, depositaron la confianza en mí, y logré saltar 6.80 metros para alcanzar la medalla de oro. Hice los seis saltos a riesgo y en el tercer intento aseguré.

¿Cuál es el momento más triste de tu carrera?

El momento más triste de mi carrera llegó en el 2004 porque muchos no confiaban en mí, principalmente mi entrenador, y esa fue una de las cosas que me desmotivó. Había perdido a mi papá un año antes, que era un acicate para mí y estaba afectado un poco psicológicamente, pero físicamente estaba bien.

Fui a la olimpiada y obtuve medalla de plata en el relevo de 4×100, pero en el salto tuve mucha descoordinación porque me habían bajado de categoría, y no estaba acostumbrado a la tabla a pesar de ser más larga. Al final terminé en un cuarto lugar.

A pesar de tener más de 40 años cuando te retiras, podías continuar…

Después de eso decidí no competir más. Mi entrenador me habló para que reconsiderara mi retiro, pero me fui. Tenía 42 años y me sentía en plenitud de facultades.

Esa falta de confianza de mi propio entrenador me desmotivó mucho. Cuando él comenzó a trabajar conmigo ya yo era dos veces campeón olímpico y tres veces campeón mundial, yo estaba hecho y es verdad que me ayudó muchísimo, pero siempre hay que tener confianza en el hombre que entrenas.

Me dieron la posibilidad de quedarme aquí como metodólogo nacional y acepté.

Mi retiro oficial fue en 2005. Me fui ganando, pero totalmente dolido, muy dolido porque yo sabía que tenía todavía pólvora para poder seguir por lo menos dos ciclos más.

El año pasado se lo demostré a los muchachos. Llegué sin calentar, en mono deportivo, y con cinco pasos salté 6.40 cm, después de estar 15 años retirado. Salté sin miedo, jaraneando con ellos e hice 20 cm más que lo que hacen ellos en sus competencias.

Tengo entendido que una vez trataron de comprarte para que dejaras ganar a otro competidor. Cuéntame sobre eso.

Eso fue en el año 1995. Estábamos en el primer panamericano para ciegos en Buenos Aires, Argentina, yo estaba con mis compañeros y se me acerca un señor muy bien vestido a ofrecerme un cheque en blanco para que yo apuntara la cifra que quería por dejarme ganar por su hijo.

Pregunté cuál era su hijo y le dije que de eso íbamos a hablar después. En la carrera de 100 metros me enfoqué en el hijo, allí me podía ganar cualquiera menos él. Al final gané el evento y cuando terminé le dije al señor que no había dinero en el mundo que podía comprarme.

Yo no tengo precio, y el día que ponga en un cheque un numerito eso es lo que yo valgo y no tengo precio. Luego el señor se disculpó y quedamos como amigos. Hoy en día su hijo me escribe y tenemos una relación muy bonita.

¿En alguna otra ocasión recibiste ofertas similares?

A mí me quisieron comprar en tres ocasiones. En 1986 en el mundial de Suecia y en el 1996, cuando una americana comenzó a ofrecerme cosas para que me quedara.

Yo soy un patriota. Mi país puede tener muchos problemas y defectos, pero soy cubano y yo nací y me crie en este proceso. Mi papá era un hombre marginal, nació y se crio en Las Yaguas, ya te podrás imaginar.

Él tuvo la posibilidad de explicarme cómo eran las cosas antes. Esas son cosas que te marcan y nunca en la vida me pasó por la mente desertar, abandonar el país ni obtener dinero a cambio de eso.

Cuando tú compites por lo que amas no pude haber nada en el mundo que pueda comprarte.

¿En algún momento te has arrepentido de algo?

Nunca me he arrepentido de lo que he hecho. Si volviera a nacer haría lo mismo. Crisis hay en todos lados y además yo me debo a un pueblo. Tú estás representando a 11 millones de cubanos y a este país.

Son cuatro letras muy lindas. Cuando digo Cuba todavía se me ponen los pelos de punta. Nada se compara con el sentimiento de ver flotar tu bandera, eso no tiene precio. No hubiera podido competir por otra que no fuera la mía.

Quizás muchos me podrán ver como un idealista, pero así lo siento, así lo pienso y así lo vivo, y eso tiene que respetarse.

 Fuiste un corredor muy veloz. ¿Se nace así o eso se logra con los entrenamientos?

Hay que nacer con las condiciones para ser deportista y lo demás es perfeccionarlo. Hay que tener un buen entrenador y hacer una buena preparación para ir alcanzando otras metas, pero la velocidad es innata.

Los velocistas son explosivos porque tienen fibras blancas y los fondistas tienen fibras rojas, por eso es que son más lentos. Con esas cosas se nace.

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Quedaste entre los mejores 100 atletas cubanos del siglo XX. ¿Esperabas eso? ¿Qué significó para ti esa distinción?

Nunca pensé que el pueblo fuera a reconocer de esa manera a una persona con discapacidad al salir seleccionado entre los 100 mejores atletas del siglo XX en Cuba. Fueron muchos nominados y se hicieron varios cortes.

Para mí fue un gran honor ser elegido y ser el único en esa lista con discapacidad. Es un gran compromiso con mi país y con ese pueblo que yo le dediqué todos mis triunfos. Con ese pueblo cubano estaré eternamente agradecido por haberme escogido.

¿Recibes algún beneficio económico por todas esas medallas que ganaste en tu carrera?

Tengo 27 medallas entre olímpicas, mundiales y panamericanas. Hoy se nos da una estimulación de 7 mil 200 pesos cubanos por la medalla de oro olímpica, antes eran 300 CUC, además un poco más de mil (también moneda nacional) por la medalla panamericana de mayor rango, más mi salario.

Cuando teníamos el CUC era mucho mejor, pero ahora se está haciendo un trabajo con las Glorias Deportivas y se piensa sumar la cantidad de medallas obtenidas y aplicarle el 60 por ciento.

¿Crees que a los atletas discapacitados en Cuba les dan el reconocimiento que merecen?

Hay que reconocer un poco más a los atletas, hay que buscar las vivencias de aquellos que pasaron por los equipos nacionales y tuvieron resultados, para que las nuevas generaciones los conozcan, que sepan quienes fueron, sobre todo a los atletas discapacitados. Eso ayudaría mucho al deporte nuestro.

Hay muchos atletas discapacitados que tuvieron muy buenos resultados y no se habla de ellos. Cuando ponen en la televisión programas de efemérides como Estocada en el Tiempo, nunca he visto que han puesto nada sobre el deporte discapacitado. Esos son cosas que hay que retomarlas.

Creo que las autoridades pueden hacer mucho más por nosotros, pero sí se ha reconocido a los atletas, inclusive estamos reconocidos entre los mejores del año.

Se han ofertado autos a varios de ellos, los tienen presentes y tienen la misma estimulación de los convencionales, en ese sentido estamos al mismo nivel.

Es verdad que pueden faltar muchas, también hay que ver hoy como anda el país y la cosa está bastante dura para todos, no solamente para el deporte.

¿Qué impacto ha dejado estos tiempos de crisis económicas en el movimiento de atletas discapacitados? ¿Cómo ves el futuro de ellos bajo estas condiciones?

Ha habido que suspender varios eventos nacionales y eso crea un poco de descontento, pero desgraciadamente el país está en una crisis económica, pero en sentido general te diría que el deporte nuestro aún goza de buena salud.

Han salido muy buenos talentos y hay perspectivas. Ahora tenemos el panamericano juvenil donde vamos a llevar una delegación bastante numerosa dentro de lo que cabe, y luego iremos a los Juegos Paraparamericanos en Chile con una delegación que se ajuste a estos tiempos.

Esperamos tener un buen resultado en estos dos eventos, y en las olimpiadas de Paris. Siendo realistas, nos podemos acercar a la actuación de Tokio, pero hay que trabajar duro. Sin triunfalismos creo que se pueden obtener alrededor de unas cinco o seis medallas de oro, y puede haber sorpresas.

¿Qué metas te quedan por cumplir?

He logrado casi todas las metas en vida al estar en el deporte que es lo que más me gusta, pero tengo un sueño que puede ser una realidad y es graduarme como Doctor en Ciencias de la Cultura Física, es la meta que me queda por alcanzar.

¿Cómo te gustaría ser recordado en el futuro?

Me gustaría que me recordaran como el Cepeda que soy, que no tiene nada suyo, que la gente me admire y me respete y que nunca olviden ese amor que sienten por mí cuando yo no esté. Quiero que otras generaciones puedan reflejarse en mí para tener un resultado como el que yo tuve.

No vivo de alabanzas, yo converso con cualquier persona y no tengo prejuicios hacia nadie. Somos todos cubanos y así fue como me educaron. Es lo fundamental que puede tener una persona, tú puedes ser campeón mundial, pero si no te das a querer pasas inadvertido por la vida.

Queda la huella de la sencillez, la modestia y el amor al prójimo y así quisiera que me recordara el pueblo de Cuba.

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Imagen cortesía de Hansel Leyva