Cuando se retiró con apenas 28 años, lastrado por las lesiones y tras militar por años en la selección nacional de fútbol, Bernardo Rosette aprendió “la vida de la calle” e hizo de todo un poco para vivir: maestro de cocina, soldador y también daba clases a los niños.

En su carrera como futbolista en Cuba, tuvo la histórica oportunidad de participar en la Copa Mundial de fútbol sub-16 celebrada en Escocia en 1989 y ganar campeonatos con su equipo Ciudad Habana.

Incluso, tuvo una oferta junto a otras estrellas del fútbol cubano para jugar como profesional, pero aquella nunca se concretó y tuvieron que dejarla ir, pues “tampoco le podías preguntar a nadie porque era un problema” en aquella época, cuando el profesionalismo todavía era una palabra que sonaba mal en la isla.

Con los años, después del retiro, emigró a Estados Unidos en donde recomenzó su vida como emigrante, otra vez fuera del deporte que ama y en el cual brilló. Esta vez, también hizo de todo, desde limpiar una piscina hasta instalar cocinas y, una vez más, trabajar entrenando a niños pequeños.

Dos décadas después del retiro, de visita en el país en donde destacó en el balompié, Bernardo Rosette conversó con Play-Off Magazine sobre su trayectoria deportiva y aspectos de su vida anteriormente inexplorados.

¿Cómo fueron tus inicios en el deporte y cómo llegas al fútbol?

En mi generación casi todo lo que se jugaba era béisbol, ese era el deporte que mi papá practicaba conmigo desde pequeño. Un día tuve un accidente y decidí dejar la pelota y comenzar a practicar el fútbol con la ayuda de mi hermano, quien fue mi primer entrenador. Empecé jugando las llamadas “vallitas”, hasta que transité por las categorías inferiores del futbol cubano.

¿Cuándo te das cuenta de que podías tener un futuro como futbolista?

Como niño, jugaba solo para divertirme y por puro amor, pero este deporte es una pasión, un vicio y después de que entras, no puedes salir de él. Nunca pensé que iba a tener esa calidad para integrar equipos nacionales y que tendría buenos resultados, pero después de jugar un torneo categoría 15-16 me di cuenta de que estaba destacando entre varios de mi generación.

Tuviste la oportunidad de participar en la Copa Mundial de fútbol sub-16 celebrada en Escocia en 1989. ¿Cómo llegaste a integrar dicho equipo? ¿Qué recuerdas de ese torneo? 

Después de jugar aquel campeonato nacional 15-16 años en donde destaqué, el entrenador brasileño Rossi hace una preselección de jugadores y allí me seleccionaron. Esa preselección tuvo una gran preparación y fuimos a varias giras internacionales. En Argentina jugamos contra equipos como Boca Juniors y River Plate, los que presentaron conjuntos de categorías juveniles, es decir, mayores que nuestro equipo.

Cuando enfrentamos la Eliminatoria, nadie creía en nosotros, pero derrotamos a cada uno de los rivales: el mensaje de nuestros entrenadores era que sí se podía. Del torneo tengo muchos recuerdos: era un adolescente, pero fueron sensaciones increíbles sobre el país, el ambiente y, sobre todo, el fútbol, que era lo que más me gustaba. 

¿Qué posibilitó que se obtuvieran esos resultados en aquellas categorías y, sobre todo, en el período especial?

Creo que a finales de los años 80 había más atención a nuestro fútbol. Los balones eran malos, pero había y, en general, se tenían más proyecciones con este deporte sin ser de los llamados estratégicos. El fútbol se aprende jugando y nosotros tuvimos la oportunidad de jugar contra futbolistas históricos de Cuba y aunque estos tenían casi 50 años, su calidad era grandísima y nos ayudaron mucho. Te puedo decir que mi generación creció viendo a los mejores jugadores de la Habana, y hombres como Humberto Martínez, el Chispa Redondo, Jesús Valdés y Carlos González eran nuestro espejo. Puedo decir que aprender de ellos, más el amor por la camiseta y la pasión que sentíamos por el fútbol, hizo todo más fácil para nosotros.

Tu debut en primera categoría con el equipo Ciudad Habana se produjo en el Periodo Especial. ¿Como era ser futbolista en esa etapa?

Me dedicaba al fútbol plenamente, no existía más nada para nosotros que el deporte, porque estábamos encerrados en esa burbuja. Tal vez un jugador de otro país no podría aguantar las condiciones a las que nos enfrentábamos nosotros. Para jugar al fútbol, las condiciones eran pésimas, con mala la alimentación y transporte. El alojamiento y el descanso también eran malos; incluso, faltaban los suplementos vitamínicos para aguantar los partidos, a veces se perdían.

A eso, súmale que la Comisión ponía 3 y 4 partidos por semana; era mucho el desgaste y el sacrificio para un atleta. Cuando terminaba el juego me tenía que ir en bicicleta para mi casa porque no había transporte. Mi papá me compró una moto para poder ir a entrenar, pero otros no tuvieron esa posibilidad y pasaron mucho trabajo. Varios estadios tenían goteras adentro y teníamos que ir a dormir a las gradas: fue mucho lo que sufrimos en esa etapa.

¿Cómo se produce la llegada de Bernardo Rosette a la selección nacional?

Después de integrar la selección desde las categorías menores y pasar por las eliminatorias con la sub-20 y la sub-23, me llegó la oportunidad de estar con la selección mayor. Pero una lesión me cortó la proyección y, cuando regresé, no era el mismo. Volví para las Eliminatorias rumbo al mundial de Francia de 1998 y en estas jugamos como visitante todos los juegos porque el terreno no tenía condiciones y también continué en el conjunto rumbo a la Copa Mundial de Corea-Japón 2022.

¿Qué cualidades, valores y fortalezas destacas de aquel equipo Ciudad Habana de la década de los años 90 que integraste? 

Ese equipo era una familia, todos nos apoyábamos y coincidimos mucho tiempo juntos, por lo que nos compenetrábamos bastante bien. Los títulos del equipo Ciudad Habana se disfrutaban a niveles grandiosos: nosotros teníamos dos equipos en uno y pese a los trabajos que pasábamos, amábamos el fútbol por encima de todo.

¿Qué pasó en el llamado “Marrerazo”, una anécdota que te marcó en tu carrera?

Nosotros habíamos ganado en Pinar y en el juego aquí en La Habana teníamos el dominio, incluso, a Pinar le expulsaron un jugador. Creo que influyeron varios factores: uno de ellos pudiese ser la presencia de Diego Armando Maradona en el estadio, pues todos querían lucir, marcar un gol y demás. Yo decía: no puede estar pasando esto, lo intentamos de todas maneras y el gol no cayó. Al final, ellos no anotaron el gol más insólito de la historia.

¿Se puede decir que el equipo de tus amores era el Ciudad Habana?

Sí, claro, Ciudad Habana será el equipo que llevaré hasta la tumba conmigo, el lugar donde mejor me sentí. En la selección jugaba por cierta necesidad, para resolver un problema mínimo de la casa, pero no por ese amor que le tuve a Ciudad Habana. En el equipo nacional tuve entrenadores extranjeros con muchas limitaciones. Ellos parecían que eran el fútbol y nosotros parecíamos que éramos extraterrestres y a varios de ellos no les gustaban los jugadores muy técnicos.

¿Cuál fue tu principal decepción en la vida de Bernardo Rosette o en su carrera cómo atleta?

Más que una decepción fue un momento muy difícil, pues en Cuba el tema de la religión es polémico y eso influyó en nosotros. El equipo Ciudad Habana siempre fue una familia y nos llevábamos muy bien. Luego, varios miembros del equipo se acogieron a la fe cristiana y eso fue un punto de división en el equipo porque había varios grupos dentro del conjunto, algo que no debía haber sucedido. Al final, juntos superamos eso y el amor por el futbol venció todas las barreras que atravesamos.

¿Cuándo y porque decides retirarte?

Después de la lesión creo que no fui el mismo y todas las cosas relacionadas con el fútbol cubano eran malas: tenía alrededor de 28 años y tras ciertas injusticias con varios jugadores de la Habana, decidí terminar. Cuando no estaba en la selección no había ciertos privilegios y la vida se me hizo difícil.

Un día llegué a la casa con unos zapatos de marca Puma, la misma con los que había empezado mi carrera y le dije a mi papá: “Viejo, no puedo más”. Eran las lesiones, las condiciones en que jugábamos, que para ser futbolistas se ponían más difíciles cada día. A eso, súmale que iba a nacer mi segundo hijo y quería darle una vida mejor.

¿Qué hace un hombre de 28 años que le ha dedicado su vida al fútbol cuando ya no lo practica? ¿Estabas preparado para dejarlo?

Creo que no estaba preparado, solo tenía en mi cabeza ir al entrenamiento y, después, a la escuela, pues estaba cursando la licenciatura en Cultura Física. Por la Comisión no nos hicieron nada ni tan siquiera un retiro decente. Pero gracias a Antonio Lotina y otros activistas del municipio Diez de Octubre, fue que se me hizo una pequeña despedida.

Empecé a trabajar con los niños y mi estipendio era 400 pesos. A partir de allí fue que aprendí la vida de la calle: fui maestro de cocina, soldador, no dejé de dar clases, pero hacía de todo para poder sostenerme. No concibo a un futbolista en el mundo haciendo las cosas que yo hacía.

Después de un paso por Ecuador, pasaste a vivir en Estados Unidos. ¿Por qué decidiste emigrar? ¿Nunca pensaste hacerlo en tu época de futbolista?

Decidí emigrar porque no entendía muchas cosas de mi país y aun no las entiendo. Veía una barrera y una nebulosa en cuanto a mi futuro, había algo que lo limitaba y más allá, no había soluciones. Emigré por mis padres y mis hijos, para ayudarlos. Estuve 4 años en Ecuador y después me trasladé a EE. UU.

Nunca pensé quedarme, me hicieron varias ofertas y nunca lo hice: pensé que siempre estaría jugando futbol. En diversas oportunidades me ofrecieron jugar afuera, en ligas mexicanas u otras, pero yo no pensaba en eso. Una vez nos llevaron a una habitación a Manuel Bobadilla, Eduardo Sebrango, Lázaro Darcourt y a mí, y nos dijeron que dos íbamos a Saprissa y dos para él Alajuelense.

Recuerdo que nosotros estuvimos de acuerdo y estábamos superemocionados y todo: hasta llevarían a nuestra familia para Costa Rica. Aquello era un sueño, pero no se concretó, tampoco le podías preguntar a nadie porque era un problema. Al final, todo se disolvió y no se hizo realidad aquel sueño.

¿Cómo fue la vida de Bernardo Rosette al llegar a Estados Unidos?

Cuando todo cambia en tu vida es muy difícil, pero supe afrontarlo. Allá hice de todo: limpié una piscina, instalé cocinas, limpié piso y saqué la licencia de árbitros. También trabajé entrenado a niños pequeños. Eso no daba para vivir, pero me daba para resolver algunos problemas, en este caso, para sacar a mis hijos.

Después me compré un camión y conocí a mi esposa, quien me ayudó mucho y ahora estoy más calmado, soy feliz con la vida que llevo. Yo no incito a nadie a hacer nada, pero me gustaría que cada cubano se pueda desarrollar, quisiera que las personas experimenten lo mismo que yo: pasé momentos difíciles, pero, con el tiempo mejoramos. Quisiera que en Cuba el trabajo valiera.

¿Cuéntame sobre tu familia y en especial, sobre tu hijo Ronaldo? ¿Su nombre tiene alguna relación con el fútbol? ¿Se parece a usted jugando futbol?

Mi familia siempre fue vital en mi carrera como atleta, sobre todo, mi padre, que siempre estaba preocupado por mi deporte. Mi esposa se convirtió en alguien muy importante para mí y como pareja, hemos sabido vencer todas las dificultades.

En el caso de mi hijo, Ronaldo, ha tenido ofertas, pero no se ha concretado nada: el fútbol en Estados Unidos es bien complicado. Su nombre se debe al “fenómeno” brasileño Ronaldo, un jugador que me cautivó con su juego y a quien me encantaba verlo jugar. Mi hijo y yo no nos parecemos en nada jugando: yo era un poco más técnico y de jugar más calmado. Él juega por un carril, corre por una banda y no hay quién lo frene.

¿Qué anécdotas de su etapa como jugador recuerda?

Cuando estaba en la selección sub-23, en una ocasión, se me murió mi perrito y dejé de ir a entrenar durante dos días. Cuando dije por qué no fui a los entrenamientos, los entrenadores se echaron a reír y yo comencé a llorar.

La otra fue después de haber ganado un campeonato nacional con Ciudad Habana, cuando se efectúa una reunión y recuerdo que dije que lo único que necesitábamos era que regaran el estadio Pedro Marero se regara con agua porque estaba muy duro, pero ni eso hicieron, nunca atendieron al estadio. Eso da una medida de que ni siquiera algo tan sencillo hacían por el fútbol cubano.

¿En su apretada agenda le dedica tiempo al fútbol?

Veo bastante fútbol, sobre todo al Barcelona y también a Lionel Messi, a quien disfruto mucho. Las personas lo critican, pero todo el que ha jugado fútbol sabe lo difícil que es hacer lo que hace Messi. También juego a cada rato, pues aquí en Miami se celebran torneos de veteranos y en la medida en que el tiempo lo permite, participo.   

¿Cómo valoras el ambiente que existe en Cuba sobre el fútbol?

Los tiempos van cambiando y la juventud va cambiando también en sus gustos: hoy se puede decir que hay mucha fiebre de fútbol en Cuba. La transmisión de juegos internacionales es muy positiva para el fútbol cubano. Si en la generación de nosotros hubieran existido todos los adelantos que hay ahora y se hubiesen transmitido los juegos como en la actualidad, se hubiese logrado mucho más. En mi época, nosotros veíamos solo fútbol por casetes y solo la liga italiana cuando se podía conseguir: incluso así, tratábamos de hacer los que veíamos y se notaba el cambio.

¿Qué se puede hacer para que el fútbol cubano salga adelante?

El mundo anda por un lado y nosotros por otro. Creo que se mantienen los mismos problemas de cuando yo era atleta y, evidentemente, se han agudizado. Se debe tratar de conseguir más fogueo internacional para nuestros equipos. Es hora de dejar representar a nuestro país a cada futbolista cubano que esté interesado, pues en el extranjero tenemos casi dos equipos y aquí seguimos con una mentalidad atrasada. Si se dejan de poner trabas y cada jugador puede salir libre a desarrollarse en el extranjero y le pagan a cada atleta como se merece, se verá como mejora nuestro fútbol.

También quiero destacar algo, muchos creen que los entrenadores extranjeros vendrán a salvar el fútbol cubano y no es así: tuve entrenadores brasileños, argentinos, italianos y hasta mexicanos, pero en mi opinión, los cubanos están a un nivel muy superior, como Manuel Rodríguez (El Zurdo), Ramón Morales, Dagoberto “Tibi” Lara , Antonio Lotina (Padre e hijo) y otros que se me quedaron.

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Imagen cortesía de Hansel Leyva