¿Quién es Edilberto “Eddie” Oropesa? Gran parte de la afición que logra reconocerlo lo recuerda como un lanzador zurdo que jugó algunos años en Grandes Ligas, aunque los más veteranos se refieren a él como “El que brincó la cerca”, aludiendo a la manera en que se escapó del equipo nacional universitario, una de las fugas más recordadas entre los peloteros de la isla. .

En los últimos días, su nombre ha sonado mucho en boca de la afición beisbolera cubana, pues es uno de los rostros visibles de la recién creada Asociación de Beisbolistas Profesionales Cubanos, proyecto que se ha robado titulares, fundamentalmente, por su intención de organizar un equipo Cuba con jugadores de MLB y otras ligas para participar en el V Clásico Mundial de Béisbol.

No obstante, debido a su corta trayectoria en Series Nacionales y la escasa información del circuito profesional que imperaba en nuestro país a principios de este siglo, el desconocimiento de su figura es bien grande.

Sin embargo, a través de su odisea personal se puede contar buena parte de la historia contemporánea del béisbol antillano. La ilusión, la Serie Nacional, la emigración, el duro camino al “Big Show”, el entrenador y su activismo actual por el pasatiempo nacional: esta es la historia de Edilberto “Eddie” Oropesa.

El más grande anhelo de “Eddie” Oropesa

Edilberto “Eddie” Oropesa nació en el año 1971 en el Central España, una comunidad azucarera perteneciente al municipio matancero de Perico. El rezago del viejo béisbol azucarero y la antigua Liga de Pedro Betancourt mantuvieron una tradición en ese pueblo que creó un ambiente propicio para que el niño comenzara a amar este deporte.

Él nos cuenta que vivía cerca del terreno del central y que su papa lo llevaba todos los días a jugar. Allí comenzó a imitar a sus ídolos del equipo de Las Villas, al cual prefería por encima de los representativos de su provincia. Por eso, su padre le hizo un traje con el número 5, en alusión a su pelotero preferido, Antonio Muñoz. Su mayor ilusión era jugar y no podía esperar salir de la escuela para enfilar hacia el terreno, en donde se sentía realizado.

Con el tiempo, comenzó a entrenar de manera organizada en el área especial en que le correspondía, hasta que le tocó realizar una prueba de captación de talentos con la cual llegó su primera decepción.

“Estaba propuesto para ir al campeonato nacional de la categoría 11 – 12, pero me jodí, pues llegó la epidemia del dengue y no hubo campeonato. Cuando terminé sexto grado cogí la Escuela Vocacional, eso fue alrededor del año 80. Allí me hicieron una prueba y fue una frustración enorme porque me dijeron que no servía, literalmente. No sé si caí mal a los entrenadores o algo, solo sé que dejé de entrenar. Me sentí muy mal, para un niño es muy difícil asumir que no eres apto para hacer lo que más amas, aunque mi familia me apoyó mucho para poder superarlo”, cuenta.

Entonces, la práctica del fútbol comenzó a ganar terreno en su vida. No tuvo malos resultados en los torneos y fue catalogado como uno de los mejores porteros de su provincia. Pero el béisbol nunca se fue de él y de manera ocasional jugaba con pelota caseras en la escuela y en el barrio los fines de semana cuando estaba de pase en la beca. Por otro lado, su carácter indomable y rebelde, sumado a otras cuestiones de índole social, le granjearon la expulsión de la Vocacional, hecho que cambió su vida para siempre.

“Reconozco que a esa edad era un bandolero, pero una de las cosas por las que me botaron fue por amor a la pelota. Yo y mi grupo de amigos acostumbrábamos a escaparnos de la escuela con uniforme y todo para irnos al estadio Victoria de Girón. Teníamos que brincar la cerca de atrás de la escuela y coger una guagua para ir a ver el juego escondidos entre las torres. Yo sentía una emoción muy grande cuando estábamos llegando al parqueo y escuchábamos el audio local anunciando a los bateadores y eso nos desesperaba más para poder entrar.

“Un día, estábamos regresando de un juego nocturno muy felices de la vida, pero alguien nos había ‘chivateado’. Nos estaban esperando detrás de la cerca que nosotros brincábamos para poder escaparnos. Tuvimos que brincar para atrás y correr, nos escondimos en un naranjal creo. Allí nos atacó una vaca y tuvimos que volver a correr. Después nos tuvimos que meter en un cementerio donde nos escondimos toda la madrugada detrás de una tumba, sin movernos. Poco después de eso me expulsaron por mis indisciplinas y porque mis padres no eran adeptos al sistema, estaban tildados de ‘gusanos’ en mi pueblo [término despectivo usado en la isla para llamar a personas que no comulgan con los intereses del gobierno y no se identifican con la llamada ‘Revolución cubana’]. En definitiva, fui a parar a un Preuniversitario en Jagüey Grande.

“Pero, ¿sabes qué?: valía la pena solo por ir a ver a esos animales jugar pelota en el estadio. Fueron los momentos más lindos de mi vida y no me arrepiento en lo absoluto. Si no me hubieran botado jamás hubiera regresado al béisbol”, afirma Edilberto “Eddie” Oropesa.

Ya en el Preuniversitario comenzó a lanzar otra vez con más asiduidad y era el mejor de la escuela. Un amigo y compañero de equipo, Guillermo Gómez, lo convenció de jugar el campeonato provincial de su categoría. Su actuación le valió una beca en la ESPA provincial, en la cual cursó el grado 12 y continuó desarrollándose como pelotero. Todo marchaba de maravillas, incluso hizo equipo juvenil de Matanzas como primer lanzador de la rotación. Estaba convirtiéndose en toda una promesa del picheo para su felicidad y la de su familia.

El día que lo cambió todo para Edilberto “Eddie” Oropesa

Según recuerda, no le fue nada bien en el Campeonato Nacional Juvenil, no obstante, su categoría de joven prospecto le valió para integrar el equipo de Citricultores y disputar su primera Serie Nacional en el año 1988. Recordemos que, en esos años, Matanzas poseía dos equipos, uno fuerte llamado Henequeneros -que concentraba el mejor talento de la provincia- y Citricultores, al cual iban a parar las figuras de segunda línea y jóvenes para desarrollarse. Esta era algo muy injusto, ya que el equipo había ganado dos títulos de Serie Nacional en 1977 y 1984.

Para Edilberto “Eddie” Oropesa no fue nada fácil el tránsito entre los juveniles y la primera categoría. Era un adolescente de 17 años compitiendo contra muchos de los mejores peloteros que ha dado Cuba en su historia. No siempre se está listo a esa edad para jugar a semejante nivel. En esa etapa, tuvo muchas dificultades con su brazo de lanzar y con algunos entrenadores que no gustaban de él, pero no se rindió y comenzó a estudiar la Licenciatura en Cultura Física en Matanzas. Con la ayuda de Tomás Soto comenzó a tener más oportunidades de encumbrar su carrera.

Por otra parte, según iba pasando el tiempo, se iba acrecentando el disgusto por la situación de su equipo con respecto a Henequeneros. Le desagradaba mucho que no compitieran en absoluto contra estos y que, prácticamente, los favoritos tuvieran seis victorias aseguradas año tras año. Nos cuenta que hubo un momento cumbre que rompió su inocencia con respecto a este tema y que marcó su vida para siempre.

“Me costó mucho establecerme, por la edad, porque tuve varios problemas con Luis Cuba y Reinier Rodríguez, los cuales eran los que cortaban el bacalao en Matanzas. Pero, poco a poco, gracias a un hombre íntegro como Tomás Soto, que siempre me defendió y creyó en mí, además del buen rendimiento en las Provinciales, pude integrar Citricultores. Eso sí, me molestaba muchísimo que fuéramos las víctimas de Henequeneros y que siempre tuviéramos que perder contra ellos. Como yo era un pícher joven con números discretos me tocó lanzarles y recibir muchos palos.

“Recuerdo uno de esos juegos de principios de los 90, el primer año en que ellos fueron campeones de manera consecutiva. Estaban apretados en la tabla con Industriales, solo tenían un juego por encima y los azules habían perdido por la tarde, casualmente, con Metropolitanos, que sí no les regalaban nada a pesar de que los desangraban también. En el séptimo inning estábamos ganando 2 a 0 y solo me habían conectado dos hits. Cuando terminó la entrada llego al dogout y todos mis compañeros me felicitan por la labor. Entonces, el “Curro” Pérez, que era el coach de picheo, me mete para el baño y me dice que no podíamos ganarles a Henequeneros. Yo le dije que sí quería, porque era una buena oportunidad de acercarme a jugar en la Selectiva. No quería entender, pero toda la vida le voy a agradecer al Curro, porque en ese momento le hizo ver a este guajirito bruto que, si no les regalaba el juego a ellos, me iban a joder la vida. Me hubieran sacado de la pelota, de la universidad y yo no estaría aquí. Era una orientación del partido de que yo no podía poner en riesgo la clasificación del conjunto estelar de la provincia por mi afán de ganar.

“Acordamos que tenía que tirar dos boletos seguidos y me sacaban. No obstante, en mi rebeldía le tire dos strikes a Wilfredo Menéndez y, después, cuatro lanzamientos muy malos. Quería que todos en el estadio se dieran cuenta del descaro que había allí. Después, di la otra base por bolas y me sustituyeron: al pobre que trajeron por mí, le hicieron 10 carreras en ese inning. Después de esto ya nunca más jugué con el mismo amor, este suceso quedó grabado en mi mente. A partir de ahí, me enfoqué solo en mí y en desarrollarme como lanzador para lograr llegar al equipo Cuba y quedarme en el primer viaje que me dieran”, dice.

En definitiva, Edilberto “Eddie” Oropesa no fue llamado a esa selectiva de 1990 y se incorporó a la Serie Provincial. Mantuvo su rutina de lunes a viernes viajando entre Perico y la ciudad de Matanzas para asistir a la universidad. Además, agregó una split finger a su repertorio, que consistía solo en recta y curva, hasta ese entonces. Todo eso, solventando las serias dificultades que trajo el Periodo Especial en todos los órdenes de la sociedad cubana, un prolongado tiempo de crisis económica que sufrió la isla tras la caída del Campo Socialista. Pero siempre siguió adelante, con la meta bien clara que lo impulsaba: salir de Cuba, trabajar y llevarse a su familia del país.

Presentación Asociación de Beisbolistas Profesionales Cubanos
Presentación de la Asociación de Beisbolistas Profesionales Cubanos.

Buffalo y una fuga legendaria

En 1991, el lanzador René Arocha sentó un antes y un después dentro del béisbol cubano, pues fue el primero en abandonar una selección nacional en el extranjero y llegar a MLB, años más tarde. Cuando le preguntamos a Oropesa cuánto influyó en su vida la acción de Arocha, este nos respondió entre carcajadas: “Si me hubieran dado el chance, me hubiera quedado antes que él”.

Por suerte para él, su carrera se fue asentando y en su última Serie Nacional desaparecieron Henequeneros y Citricultores, lo cual dio paso al equipo Matanzas. A pesar de que no le agradaba al mánager de los yumurinos, Gerardo “Sile” Junco, este no tuvo más opción que aceptarlo por su buen rendimiento y él no desaprovechó su oportunidad.

Encabezó la rotación matancera junto al as Jorge Luis “Tati” Valdez y su actuación le valió para ser seleccionado para integrar el equipo Occidentales en la Selectiva y le abrió las puertas de la preselección nacional universitaria, para la que fue llamado a última hora. Se ganó el puesto por su gran forma deportiva y bajo la égida de Pedro Jova, al fin le llegó la oportunidad que tanto esperaba: los Juegos Universitarios de Buffalo, Nueva York. La fuga de Edilberto “Eddie” Oropesa, en ese certamen, se convertiría en una leyenda entre peloteros y aficionados.

“La verdad es que fueron días muy tensos para mí. Mientras estábamos en la concentración en el estadio Latinoamericano, sacaron del equipo a Jorge Luis Toca porque alguien en Villa Clara lo había acusado de reunirse con elementos ‘antisociales’. Como al tercer día de estar allí, empecé a presentar problemas físicos y me costaba trabajo levantarme de la cama, Alexander Ramos me tenía que ayudar a bajar al baño y me llevaba la comida a la cama. Cuando se dieron cuenta, se me acercó un señor, aparentemente, de la seguridad del Estado, y me dijo que si no le lanzaba tres entradas al equipo Cuba juvenil me iban a llevar para el Hospital Hermanos Ameijeiras para hacerme la prueba del Beriberi, una enfermedad característica del periodo especial por falta de vitaminas. Entonces, saqué todas mis fuerzas y lancé par de entradas pese a que apenas me podía poner en pie. Recuerdo que, en el aeropuerto, todos mis compañeros estaban festejando el viaje y yo sentado sin poder formar parte de la algarabía”, narra.

¿Dudó en algún momento de la idea de abandonar la delegación?

Sí, por supuesto que dudé: mi esposa Rita, con la cual estoy casado desde los dieciocho años, había salido embarazada de nuestro hijo mayor un tiempo atrás. Ella no sabía nada y me estaba pidiendo que le trajera la canastilla al niño. Hasta me puse a hablar con Yobal Dueñas y otros que ya habían viajado, para averiguar cómo tenía que hacer para comprarla. Pero cuando me enteré de que solo nos daban setenta y cinco dólares de dieta y estos no me alcanzaban para comprar prácticamente nada, se me quitaron todas las dudas.

Descríbanos el 10 de julio de 1993

Tenía un primo y una tía que vivían en Miami desde principios de los 80. Nosotros teníamos que hacer escala allí, por tanto, mi plan era no llegar hasta Buffalo y que ellos me recogieran en el aeropuerto. Les pedí el número de teléfono de ellos a mi mamá bajo el pretexto de que fueran a saludarme mientras hacía la escala. Me aprendí los siete dígitos de memoria, pero nos pasaron de un avión a otro y no me dio tiempo a nada. Cuando llegué a Buffalo tuve otro problema: no sabía llamar por teléfono. Yo era un guajiro del Central España que había hablado por teléfono par de veces en su vida. Me paré al lado de un teléfono público y, casualmente, venía pasando Yobal. Le pedí ayuda bajo la excusa de que me iban a mandar un dinero. Cuando logro comunicarme, me sale mi primo y lo único que me preguntó fue: ¿Te vas a quedar? Le respondí que sí y él viajó para buscarme.

Fueron momentos muy tensos, la seguridad que viajaba con el equipo no nos perdía ni pie ni pisada. Yo y mi primo nos cruzamos en el hotel par de veces sin apenas mirarnos para no levantar sospechas. Me aprendí todos los detalles del carro que este había arrendado. Entonces, me llegó una oportunidad durante un descanso, me vestí con una camisa blanca y me paré cerca del parqueo del hotel, pero el carro del primo nunca apareció y tuve que regresar. De regreso, me topo con el jefe de la seguridad de la delegación y este, como es lógico, me pregunta qué estaba haciendo. La primera respuesta que me vino a la mente fue que yo nunca había tomado Coca Cola y que salí para tomarme una. Esa noche me sentí muy frustrado y no pude dormir. Después, me enteré de que no habían dejado pasar a mi primo porque no tenía credenciales.

Al día siguiente, jugábamos contra Corea, y Colina, uno de mis compañeros, me dice que había un familiar mío buscándome. Le pedí que no dijera nada y me fui a hablar con él, que se encontraba parado en la cerca detrás de home. Él me dijo que esperara a que terminara el juego, pero yo estaba desesperado. Entonces me di cuenta de que abrieron una puerta por la cerca de los jardines, y cuando pretendí acercarme, la volvieron a cerrar. Eso me desesperó más, me quité las chancletas que traía puestas y me mandé a correr mientras gritaba algo bien obsceno contra el gobierno cubano. Se formó tremenda gritería y me trepé en la cerca, me tiré y no paré de correr hasta que me colé por la ventana del carro de mi primo. Por los nervios, cuando salimos manejando, cogimos en dirección a Canadá, en vez de ir para Nueva Jersey donde teníamos que abordar el avión para Florida.

El desarraigo es un tema bien complejo para todos los migrantes, en especial, en los primeros momentos. ¿Cómo lo sobrellevó usted?

Lo único que me venía a la mente era mi familia y la incertidumbre de si podría volver a verlos. Esos primeros meses fueron terribles, no había comunicación directa, las llamadas a Cuba había que ponerlas a través de Canadá y en mi casa, no había teléfono. Había que sacar turnos y solo podíamos hablar cada tres o cuatro meses.

También estuvo el impacto de pasar de un pueblo pequeño de Matanzas a vivir en Miami. A cada rato, bromeó con mis amigos y les digo que yo tenía que haber desertado primero para La Habana, pues todo me parecía demasiado grande. El otro día estaba conversando con Félix Isasi Jr, quien fue mi mejor amigo en Cuba y vino para acá. Poco tiempo después, hablamos de la realidad que nos tocó vivir. Cuando llegamos no conocíamos a nadie, en la actualidad un pelotero llega aquí y tiene muchos referentes, incluso, probablemente tenga gente de su propio pueblo que lo pueden guiar en las cuestiones básicas de la vida. Nosotros no tuvimos eso.

¿Su familia sufrió consecuencias en Cuba a causa de su decisión?

En el momento en que decidí quedarme yo era la figura deportiva de más relevancia en mi pueblo, por tanto, a las autoridades de este no les hizo mucha gracia. A eso, súmale que ya mi familia no era bien vista por todo lo que conté antes. Mi esposa estaba embarazada y no sabía nada de lo que yo iba a hacer. Cuando se enteró, ella empezó a dar gritos y no daba crédito a lo que le decían, tuvo sangramientos y la llevaron al hospital materno de Perico. Cuando llegó, el jefe de salud del pueblo no quería que la atendieran porque era esposa de un desertor. Gracias a dios, apareció un ginecólogo a quien le decían Mandy, que se le cuadró al tipo y la atendió: él estuvo a su lado hasta que dio a luz. Yo siempre me he preguntado, amén de la ideología y de que ellos lógicamente se sintieran traicionados por mí: ¿Cómo es posible que a alguien le pase por la cabeza hacerle eso a una embarazada? Sinceramente, no hallo respuesta posible.

Recibieron humillaciones de todo tipo. Mi padre, cuando salía a la calle, se topaba con personas que lo insultaban y le buscaban bronca. Al final, toda la familia tuvo que salir del Central España y mudarse para el pueblo de Perico. Ellos comenzaron las gestiones para salir por Costa Rica y para darles la carta blanca fue una tragedia: los hicieron esperar tres años y si yo hubiera sido militante o de cualquier organización política, hubiera sido más tiempo.

La llegada de Edilberto “Eddie” Oropesa al Big Show

Su idea siempre fue la de trabajar y sacar a su familia de Cuba, el béisbol no formaba parte de sus metas primordiales. No conocía mucho acerca de la MLB. René Arocha era su principal referente y este era una superestrella cuando estaba en Cuba, por tanto, Oropesa se veía muy lejos de su nivel. No obstante, el propio Arocha fue quien le presentó a su agente Gus Domínguez, con quien forjó una gran de amistad y fue el encargado de gestionar su carrera.

Lo primero que hizo fue jugar en una Liga Independiente en Saint Paul, Minnesota, junto a su compatriota Rey Ordoñez. Allí fue donde se percató de que podía lanzar con efectividad en los Estados Unidos. Hasta que llegó un tryout que desembocó en una primera oferta de Cincinnati Reds; no obstante, ofrecían muy poco por él y declinó la misma. Tuvo que esperar al draft de 1994, cuando Los Angeles Dodgers se hicieron con sus servicios.

Ese sería el inicio de un duro camino que lo llevó a pasar por un total de siete franquicias de MLB, varias ligas de invierno, Taiwan, incluso Holanda, siempre con el afán de sustentar a su familia y de darle el mayor bienestar posible.

“Llego al Spring Training con los Dodgers y la huelga de peloteros estaba en su apogeo. Allí me preguntaron si yo estaba dispuesto a firmar como reemplazo y dije que no. Pero mi esposa, mi hijo y mi padre estaban en el proceso de salir por Costa Rica y me pidieron más dinero para agilizar la gestión. Allí comenzó el desastre una vez más en mi carrera. Al firmar como reemplazo me daban un bono de 10000 dólares y me subían a 3000 mi salario en Ligas Menores. Recuerdo que el rumor era que quien firmara como reemplazo más nunca iba a jugar béisbol organizado. Ya mi mamá estaba conmigo en Miami y la llamé para decirle que si era necesario más nunca jugaba, pero que yo sacaba al resto de la familia.

“Comienzo a jugar, me pagan, se resuelve el tema de la huelga y mando el dinero para Costa Rica. Después de eso es que le dicen a mi familia que tienen que esperar tres años para poder salir. Básicamente, firmé por gusto y me quedé marcado de por vida en la MLB. No importaba cuán bien lo hiciera en Las Menores, sencillamente, no me invitaban a los Spring Traning de los equipos. Nadie nunca me dijo nada, solamente me obviaron, me toco pagar”, recuerda.  

Durante esos años de frustración en la Ligas Menores: ¿pensó alguna vez en dejar el béisbol?

Sí, lo pensé varias veces, sobre todo en 1999 que fue mi primer año en AAA con los Giants. Yo me vi más cerca que nunca y lo estaba haciendo bien. Pero necesitaban subir a un prospecto de AA y mi puesto era el único del que podían prescindir, y fui a parar a clase A fuerte. Estuve meses sin poder dormir de la desesperación, llamé a mi primo en Miami para que me consiguiera un trabajo y poder dejar la pelota. Gracias a dios que el trabajo no apareció, porque si no, yo lo dejaba para siempre. Es muy difícil todos los días entrenar y esforzarte al máximo, para no ser tomado en cuenta, te sientes como una mierda.

Mi principal motivación era mi familia y las cuentas que tenía que pagar para que ellos estuvieran bien. Yo jugaba todo el año, no se había terminado la temporada en Las Menores y yo estaba llamando a mi agente para que me consiguiera trabajo en las Ligas del Caribe. De hecho, llegué a jugar hasta en Taiwán con los Lions, una experiencia muy bonita y provechosa que me ayudó a solventar la economía de mi familia.

En la temporada del año 2000, Edilberto “Eddie” Oropesa estuvo a punto de hacer el grado con San Francisco Giants, pero esto no ocurrió y se convirtió en agente libre. En el invierno fue a jugar con las Águilas de Zulia de la liga venezolana. Allí se topó a Gus Gregson, uno de los primeros coaches de picheo que había tenido en los Estados Unidos y este se quedó impresionado por la forma que estaba mostrando el cubano. Él fue quien lo recomendó a la organización de los Phillies.

“Era mi primer Spring Training de MLB desde que llegué y en teoría, debía de haber bajado en el primer corte. Pero lo hice bien y el mánager Larry Bowa pidió que me dejaran para poder verme más, puesto que nadie me conocía en la organización. Las cosas continuaron saliéndome bien y no me bajaban del campamento, me estaba ganado un puesto.

“Yo no estaba adaptado a la presión de los periodistas y recuerdo que la última semana todos estaban arriba de mí preguntándome si había hecho equipo. No lidié bien con esa tensión y me pasé varios días sin dormir apenas. Entonces, el último día llego al campo de entrenamiento y el traductor, un señor dominicano de apellido Henderson, me estaba esperando para ir a hablar con el mánager. Te juro que no me hubiese importado que me hubieran mandado para AAA, yo estaba loco porque esa presión terminara de una vez. Allí estaban Bowa y el Gerente General mirándome muy serios: yo pensé que me iban a liquidar, pero no, hice equipo. No podía creerlo, después de tanto tiempo y tantas decepciones al fin lo logré. Rompí a llorar como un niño y llamé a mi esposa para darle la noticia”, cuenta.

Descríbanos el día de su debut en MLB

Un debut soñado porque fue contra los Marlins aquí en Miami: es el día más lindo de mi vida en el béisbol. Me venía todo a la mente: mi niñez en el terreno del Central, las fugas para el estadio Victoria de Girón, todos los trabajos que pasé en Cuba y aquí en los Estados Unidos. Al final, todo lo que soy se lo debo al béisbol, la posibilidad de salir de Cuba y ser libre, el bienestar de mi familia.

Ese día, reservé cincuenta y cinco tickets en el estadio para que toda mi gente pudiera ir a verme, incluso mi mamé que nunca había ido a un juego porque se ponía muy nerviosa. Aunque no tenía la certeza de que fuera a lanzar, en el séptimo inning sonó el teléfono del bullpen y me dijeron que calentara. Estábamos ganando por una carrera y me traen a lanzarle a Cliff Floyd con el empate en tercera, él me había dado un homerun como a 500 pies en AAA un año antes. Le abrí con recta al medio y la falló, después le moví la bola un poco y me dio un fly a tercera que fue capturado por Scott Rolen. Fue el segundo out de la entrada y cuando miré al banco, venía Larry Bowa a sacarme. Ahí se me salieron todas las emociones, él no había llegado al montículo y a mí ya se me estaban saliendo las lagrimas. Cuando llegué al banco ni hablar, ese día todo fue felicidad para mí y para mi familia.

La lesión y la carrera como profesor

En septiembre de ese mismo año, Edilberto “Eddie” Oropesa sufre una lesión en el codo que lo lleva al quirófano y a partir de ese momento, las lesiones lastrarían su carrera. A pesar de esto, en 2004, formando parte de San Diego Padres, tuvo la posibilidad de registrar la primera victoria en el estreno del Petco Park. Tras haber dado por concluido su paso por MLB, se mantuvo activo en México y Holanda por algunos años más, hasta que decidió poner fin a su carrera en el montículo de manera definitiva.

Después de cerrar su carrera activa, comenzó a encumbrarse como coach. Trabajó en algunos equipos de High Scool y entrenando peloteros para su representante y amigo Gus Domínguez. Después, varias franquicias de MLB lo llamaron para que guiara las carreras de jugadores cubanos como Onelki García, Yasiel Puig, Yoan López, etc.

Para un pelotero cubano recién llegado a los Estados Unidos el cambio entre lo que viven como jugadores en Cuba y lo que tienen que enfrentar una vez son peloteros profesionales puede ser muy difícil. Desde su punto de vista como entrenador, ¿recuerda alguna vivencia en específico que lo haya marcado en ese papel?

Si alguien me marcó, ese fue Yasiel Puig, sin dudas. Es el ejemplo clásico de todas las deformaciones en el carácter que uno trae de Cuba. Lo primero que te deforma es el sistema educativo. En el caso de los peloteros, vas a la ESPA o a la EIDE becado y es como una pequeña prisión: si no aprendes a discutir y a fajarte, no te respetan. Cuando eres una estrella como Puig en MLB te tratan como a un rey, los malcrían y los hacen creer que se lo merecen todo solo por ser buenos atletas. Para colmo de males, a la generación suya le tocó la época de los contratos multimillonarios, cosa muy buena por un lado sin lugar a duda, pero si tienes la mente débil como Puig, te hace creer que eres Dios.

Cuando me llaman para trabajar con Puig, ya había visto cómo se comportaba y le dije a mi jefe en los Dodgers que no creía que me fuera a hacer caso. No lo acepté en primera instancia, pero tuve que hacerlo en definitiva porque no había otro trabajo para mí en la organización. Viajamos los dos desde Los Angeles hasta Miami y en el avión tuve la oportunidad de hablar con él y aconsejarle muchas cosas, como que le hiciera caso a los entrenadores de aquí que son los que saben y tienen la información que no tienen en Cuba. Él me hizo bastante caso, pero así y todo pasó cosas como la vez que lo detuvieron horas antes de subirlo al primer equipo. Tuve que reunirme con Steve Carnes el presidente de la organización y explicarle todos los problemas de formación que arrastraba Puig, poniéndome como ejemplo a mí mismo y le pusieron un psicólogo a petición mía.

En esa reunión, me preguntaron qué yo creía que pasaría cuando lo subieran a MLB. Les dije que nunca había visto a nadie hacer lo que hacía Puig en un clubhouse de AA y que no creía que en MLB fuera a ser muy distinto. Bajarlo si se portaba mal tampoco era una opción: a las estrellas es muy difícil bajarlas a Las Menores. Después de eso lo subieron y tuvo el debut espectacular que todos conocen: yo lo acompañé a su primera gira por New York y San Diego y nos separamos. Hoy él tiene 31 años y está fuera del sistema MLB, a pesar de que tiene todo el talento del mundo y de que intente advertirle las cosas.

La Asociación y el equipo con profesionales al Clásico

La Asociación de Beisbolistas Profesionales Cubanos marca una pauta en el béisbol cubano. Disímiles opiniones a favor y en contra generaron un nivel de interacción pocas veces visto en los últimos años dentro de nuestro pasatiempo nacional. La simple idea de que exista una mínima posibilidad de volver a tener a Yuli Gurriel, Pito Abreu, Chapman y tras estrellas de MLB con la casaca de la selección nacional es una idea muy poderosa que moviliza las más profundas pasiones y Edilberto “Eddie” Oropesa es uno de los promotores de esta iniciativa.

“Antes del primer Clásico Mundial en 2006, varios de los que nos encontrábamos activos en ese entonces tratamos de participar y fracasamos. Las condiciones no estaban creadas en ese entonces, no teníamos la más mínima información y noción de cómo poder hacerlo. En la actualidad, las cosas han cambiado, tenemos un grupo muy bueno de expeloteros, empresarios, abogados, periodistas, etc., que están trabajando muy duro para alcanzar nuestras metas. Me gustaría mucho que nuestros muchachos en Grandes Ligas tengan la oportunidad de representar a Cuba en el Clásico venidero. Todo el pueblo cubano se lo merece, porque no creo, por desgracia, que con lo que queda en Cuba puedan hacer un papel destacado en este torneo. Creo que lo mejor que le puede pasar al béisbol cubano es que sus jugadores de MLB sean capaces de representar el país.

“Otra de mis metas personales con esta organización es luchar ante MLB y el Sindicato de jugadores por la creación de un programa para los jugadores cubanos que llegan a Estados Unidos y que les ayude en el proceso de adaptación a la vida aquí, para que no sigan ocurriendo casos como el mío o la experiencia que conté con Puig. El jugador cubano tiene talento, pero tiene una gran desventaja con respecto a los jugadores de otras nacionalidades por todas las razones sociales y políticas que conocemos. Ciertamente, MLB y el Sindicato han hecho bien poco o nada para ayudarnos. Por eso creo que esta es una gran oportunidad para unirnos y luchar por nuestros derechos”, explica.

Edilberto “Eddie” Oropesa siempre ha luchado por sus creencias sin importar cuán grande sea el reto. Hoy vive tranquilo en Miami acompañado del amor de su vida, Rita Oropesa y los tres hijos que tienen juntos.

¿Se considera un hombre feliz y realizado?

Solo le pido a Dios que me de salud para seguir viendo béisbol y jugar sóftbol de vez en cuando. Antes, me sentía frustrado porque me venían a la mente los flashes de mi carrera y siempre pensaba que podía haber dado más en el béisbol. Pero siempre di lo mejor de mí y eso me reconforta mucho. Yo no cambiaría nada de lo que he hecho en mi vida. Si tuviera ese poder, solo borraría el 1ro de enero de 1959: eso nos hubiera ahorrado muchos problemas. Es lo que siento y pienso al respecto.

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Imagen cortesía de Pedro Enrique Rodríguez Uz
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