“Mucha gente me dice que yo tenía que estar en una foto gigante dentro del estadio. No sé por qué el Sandino no tiene una foto de un pícher”, dice José Ramón Riscart.
El Tigre, como le apodan, “soltó” el brazo desde el montículo pues actuó en 4 décadas en la pelota cubana. Antes de convertirse en un entrenador de picheo, vivió una época gloriosa con los equipos de Villa Clara, uno de los conjuntos más ganadores del béisbol cubano.
Riscart es el lanzador de Villa Clara con más victorias en series nacionales y logró la hazaña de lanzar dos juegos sin permitir hits ni carreras (1982 y 1984).
“Creo que pude haber jugado más en equipos nacionales, pero eran otros tiempos. Hubo lanzadores que iban al Cuba con los brazos con yeso, solo por su nombre”, afirma El Tigre.
Pasados los 69, José Ramón Riscart confiesa que ya no es tan “fiestero”, que se acuesta temprano y que “toma” menos que en sus tiempos como lanzador.
“Ya estoy en fase de retiro para ver si me recontratan y gano un poco más”, dice El Tigre, porque “el problema es que no alcanza nada para vivir”.
¿Cómo descubrió el béisbol desde niño, José Ramón Riscart?
Yo vivía en La Vigía, cerca del estadio Sandino, por donde está el cabaret El Bosque, en la ciudad de Santa Clara. Cuando aquello, no estaba ni el estadio construido todavía. Empecé con el béisbol como a los siete u ocho años en el Palacio de los Pioneros y después pasé al terreno del 26 de julio. Yo era jugador de cuadro hasta que, un día, me puse a pichear. Me llevaron para El Sandino y así es cuando inicio en la academia.
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¿De qué forma fue mejorando y escalando por las distintas categorías?
Participé en los juegos nacionales escolares de todas las categorías, también en los juveniles. En esta categoría, fui a los mundiales de los años 77 y 78 con el equipo que ganó en Venezuela. Estuve con grandes prospectos que después fueron estrellas, como Víctor Mesa, José Raúl Delgado, Alejo O’rrelly, Pablo Hernández, Jorge Cruz, Cabrejas, Jorge Luis Valdés y otros.
Tuve buenas actuaciones en ambos campeonatos: gané un juego en el primer año y, en el segundo, logré tres victorias y cero derrotas. Eduardo Martín era el director de aquella selección nacional juvenil.
¿Cómo se produjo el paso a las series nacionales?
Terminando en los juveniles, inicié en el equipo Villa Clara de primera categoría en 1978. Yo era muy jovencito y recuerdo mucho a los pícheres que estaban en el equipo, como Aniceto Montes de Oca, Leonel García y también al receptor Lázaro Pérez. El entrenador de picheo era Pedrito Pérez, había bastantes entrenamientos y se jugaba mucho. Tenía muy buen control, había gran disciplina.
Con mis 18 años me juntaba con Lázaro Pérez, Osvaldo Oliva y Víctor Mesa. Las dos primeras series no fueron buenas para mí. En el 83 fue cuando comenzaron a llegar los resultados, con once juegos ganados y ese año, fuimos campeones. A partir de ahí, fui un lanzador estable.
¿Qué grandes momentos recuera de su carrera?
Siempre le decía a Rolando Arrojo que dar una lechada era un arte y yo tenía esa dicha. Él era tremendo pícher y no lo lograba tanto. Tuve un tiempo en el que estuve para romper el récord de Catayo González de 54 “escones”. Logré encadenar 45 entradas seguidas, pero en la siguiente me hicieron una sola carrera y perdí el juego una por cero.
También, di dos juegos de cero hits cero carreras: uno con el equipo de Las Villas cuando fuimos a México con los clubes campeones y el otro, en una provincial. En las series nacionales estuve a punto de darlo, pero no lo logré.
¿Cuál era el “secreto” de José Ramón Riscart para obtener esos resultados?
Yo picheaba hasta dos veces por jornada. Lancé 18 innings en una ocasión, otra vez tiré 250 lanzamientos y trabajaba cada cuatro o cinco días. Creo que las personas éramos más fuertes que ahora, fíjate si es así que, para entrenar ahora, yo tengo una soga para que la suban y nadie lo logra. En mi época, muchos lo hacíamos.
¿A que le achaca ahora esas debilidades?
Creo que sea debido a la alimentación. Antes podíamos comernos veinte huevos, tomar un pomo de yogurt, un pomo de leche. A pesar de que dormíamos en los estadios, nos alimentábamos bien. Ahora, desde pequeños, pasan muchas necesidades cuando se forman en las bases. Vas a la EIDE, por ejemplo y no es bueno el plato fuerte que les dan: antes no era así.
Nosotros hacíamos lo que no hacen los muchachos de ahora: yo iba al dancing casi todas las noches, tomábamos ron y al otro día estábamos bien. La gente era más dedicada a los entrenamientos y tenían amor, pero ahora, eso se ha perdido eso. Yo me acostaba tarde y al otro día, era el primero para hacerlo todo en el terreno.
¿Cómo logró usted la madurez deportiva?
Uno tiene que tener un lanzamiento que sea para sacar outs y otro para ponchar. Hasta que un lanzador no logra eso, no tiene ese resultado. Yo picheaba lanzamientos a dos o tres velocidades, algo para sacar mucho out porque los bateadores sincronizan los swings a la velocidad que estabiliza, pero yo desincronizaba los swings quitándole y poniéndole a la bola. Logré lanzar en los playoffs contra Santiago de Cuba, Industriales y Pinar juegos completos.
Hubo tiempos en que los serpentineros de Villa Clara éramos Riveira, Veliz y yo. Yo era una persona fuerte, con un brazo de hierro. Ni los demás pícheres abridores ni los relevos picheaban casi. Después se ha comprobado que un lanzador no debe pichear doscientos lanzamientos como hacíamos nosotros.
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¿Cuáles fueron los bateadores más difíciles que enfrentó y a quiénes dominaba de forma más fácil?
Tuve bateadores que se me hicieron difíciles, como Orestes Kindelán. Me dio seis o siete jonrones en mi carrera, parece que se encontraba con mi pensamiento y me bateaba con facilidad. Al principio, los zurdos se me hicieron difíciles, pero cuando fui cogiendo experiencia los obligaba a batear para su mano.
A Omar Linares le picheaba fácil, me veía difícil. También a Medina y Vargas les sacaba mucho outs. Tuve muy buenos resultados contra Industriales en el Latinoamericano, yo me concentraba mucho y me aceleraba porque si no me daba sueño. No me subía la presión ni el pulso y era normal, aunque al que más le gané fue a Holguín, con 17 juegos en series nacionales.
¿De qué forma se produjo ese cambio de atleta a ser entrenador exitoso con Riscart?
En 2001 y 2002, cuando comenzó Víctor Mesa de director, lo ayudé esos años, pues gané cinco juegos y salvé siete, pues trabajaba como relevo. Después aparecieron las lesiones en las piernas y me retiré para comenzar como entrenador de picheo en Villa Clara con el propio Víctor. Después, estuve en Matanzas y también acompañé a Paret, Jova y ahora, a Moré.
Tuve mis habilidades para pichear y ahora, las tengo para ver las virtudes y los defectos de los lanzadores. Muchos directores han confiado en lo que puedo hacer.
Te puedo decir que desde que yo jugaba, Víctor Mesa me dijo que necesitaba un entrenador de picheo y yo le propuse en aquel entonces a Luis Hernández y Riviera. Al fallecer este último, fui con él unos años porque siempre nos llevamos bien desde jovencitos, cuando fue mi compañero de cuarto. No es fácil, lo conozco, le digo las cosas después. Nosotros hacíamos cosas que después no las permitimos.
Cuando llegamos a Matanzas, empezamos a hacer lo que en Villa Clara no hicimos con la ayuda de Pupo. Fue bueno porque nos dio resultados con todo lo que se impulsó el béisbol en esa provincia. Hay que destacar la atención que nos daban allá. Estuve de entrenador para el clásico de 2013. Los que lo ayudaron y cumplieron con él, son retribuidos.
Fui varios años mejor entrenador de picheo de Cuba. He ido a varios Juegos de las Estrellas y creo que me lo he ganado con el trabajo, dependiendo de los jugadores.
También ha trabajado en el extranjero.
He estado como ocho veces en Bolonia, en Italia. Allí hay que trabajar demasiado, como si fueras un esclavo, porque hay que hacerlo todo en un estadio, hasta trabajar de mantenimiento.
Cuando fui a las primeras misiones era bueno, pero ya no. Muchos entrenadores piden la baja del organismo y van por su cuenta, al igual que yo, que tuve carta para comprarme un carro y no pude. Ya por el INDER casi nadie va.
Creo que pude haber jugado más en equipos nacionales, pero eran otros tiempos. Hubo lanzadores que iban al Cuba con los brazos con yeso, solo por su nombre. Yo siempre fui cumplidor, incluso con compañeros que fueron después entrenadores míos y viceversa.
¿Cuál es su percepción del béisbol cubano desde su papel de entrenador?
La pelota, en sentido general, ha perdido mucho. Por ejemplo, aquí en Villa Clara, hace años que no existe la academia. Uno aprendía mucho, pero ahora llegan los muchachos con miles de defectos en cosas que se deben aprender en escuela. Llegan a la primera categoría llenos de problemas.
En la EIDE, los enseñan bastante porque hay entrenadores que han estado incluso de lanzadores en series nacionales y algunos han dirigido equipos. Hoy los jóvenes tienen el defecto de que hablas con ellos y no entienden las cosas, no son como los de antes. Muchos no ganan ni un juego de pelota y se creen con derechos.
Existe algo que es el salario, que es parejo para todos. Si un atleta es mejor que otro no puede ganar lo mismo quien gana diez juegos que quien no gana, igual pasa con los entrenadores. Hay que diferenciar los salarios por rendimientos al igual que a los entrenadores por áreas de juego.
En mi época no existía el celular para estar en esa desconcentración. Cuando picheaba otro pícher, estaba obligado a llevar lo que pasaba en el juego porque el entrenador nos chequeaba y preguntaba. Ahora están sentados detrás de la internet. Todo es al revés: yo como entrenador de picheo soy quien lo lleva.
Te puedo decir que en los entrenamientos de la preselección merendábamos pan con aceite y agua con azúcar. Las calorías que se pierden no se pueden recuperar, aunque se coma en hoteles al iniciar la serie. Cuando mi etapa de atleta, le dábamos ocho vueltas al estadio, ahora solo dan seis.
Todo también está restringido: si vamos a topar, por ejemplo, a Camagüey, solo pueden ir 32. Entre esos se cuentan los choferes, el delegado, el anotador, los de la dirección, los entrenadores. Vamos al final catorce jugadores.
Tengo buenos antecedentes en el picheo que me sirvieron para después ser entrenador. Bajo la tutela de Pedrito Pérez en Villa Clara se forjó una escuela de la que han salido buenos entrenadores como Jesús Manso, Jorge Pérez, Vladimir Hernández, Arael Sánchez, Luis Borroto y el profesor Roberto Pupo. En Cuba se habla más por los medios de prensa de la de Pinar del Río, de Manuel Cortina.
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¿Cómo se siente José Ramón Riscart? ¿Es atendido?
No estoy conforme con la atención que han tenido conmigo, como les pasa a muchos aquí. Veo que los muchachos que vienen detrás de mí se están viendo en mi espejo. Hay cosas que se pueden resolver y no se resuelven, por ejemplo, Alain Sánchez, el pícher nuestro, lleva hace más de un año detrás de un teléfono y nada.
A mí, me dieron una casa, hace años. Mi hijo se quedó con ella y no tengo yo. Me dieron hace tiempo un “polaquito” usado que tenía Pedro Jova y yo lo cambié por un Moskvitch. Ya estoy en fase de retiro para ver si me recontratan y gano un poco más.
Si Riscart tuviera actualmente 18 años, ¿pensaría de la misma forma?
Lo pensaría bien. Ahora las cosas son distintas. Yo tengo diez hijos, de ellos dos en España, uno en Italia, dos en Santa Clara, los otros en Estados Unidos y ocho nietos. Eran otros tiempos, pero si fuera ahora, trataría de estar en el equipo Cuba y me buscaría un contrato para el exterior. El problema es que no alcanza nada para vivir.
¿Feliz a sus 62 años?
A mí todo el mundo me quiere aquí en Santa Clara y salgo a todos lados. Me divierto mucho, pero llevo una vida tranquila, no soy tan fiestero como antes, me acuesto temprano, ya bebo poco. Me recuerdan bastante, me conocen y converso con todo el mundo. La gente sabe que yo me moría con los equipos de pelota.
Mucha gente me dice que yo tenía que estar en una foto gigante dentro del estadio. No sé por qué el Sandino no tiene una foto de un pícher. Yo solté el brazo aquí, gané 150 juegos, de estos, 36 lechadas con los equipos de Villa Clara, no es fácil. Tengo grabadas, para siempre, las palabras del entrenador y profesor Chinea. Él había trabajado en la escuela de medicina también y decía: ganar 100 juegos de pelota en la época del aluminio y de efervescencia del béisbol de Cuba, es más difícil que hacerse médico.
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