De pequeña, mucho antes de ser voleibolista del equipo nacional, Ailama Cesé soñaba con ser cantante. Era la mejor voz de su escuela, en Batabanó, un pueblito de Cuba, pero el pánico escénico le impedía entonar la más mínima nota frente a los compañeros, por lo que en cada actuación la niña prefería ubicarse en lo último del coro.

Al final, en cualquier lugar en el que se pusiera, sobresalía por su estatura, pero aquello no era consuelo para mitigar la pena. En una ocasión, una profesora quiso llevarla a realizar unas pruebas para que se dedicara al canto, pero el temor, el destino o quién sabe qué diablos, volvió a aparecer para evitar que emprendiera ese camino.

Eventualmente, aprendería a sortear los obstáculos, mientras se hacía cómplice de sus demonios para poder crecer. No le quedaba de otra, porque de igual forma acabó presentándose antes miles de personas. Ailama Cesé no canta, pero su voz vibra tras cada remate convertido en punto. Su melodía es el voleibol.

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Tiene 22 años, pero se antoja más joven. Sentada en el borde de un muro, da la espalda a una cancha de voleibol donde juega un grupo de adolescentes que, de vez en cuando, espían a la delgada muchacha que viste los colores del equipo Cuba.

Lleva el número 12, coronado por su apellido. Algunos remates a veces la buscan, quizás por aquello de que la pelota siempre va al mejor. Sin embargo, eso no la distrae de la conversación.

«Mi mamá era entrenadora de baloncesto y cuando yo era chiquita practicaba con ella, aunque en realidad odiaba el deporte para mí, porque había pasado por eso y no quería que fuera deportista. Pero en un momento determinado se tuvo que ir de misión para Venezuela y me quedé dos años con mi papá, que me llevó al atletismo. Sin embargo, ese corretaje no me gustaba y terminando un día un entrenamiento pasamos por una cancha de voleibol… Fue como un flechazo y dije: ‘yo quiero estar en voleibol’.

«Me llevaron a la provincia y vieron las condiciones que tenía. Necesitaban niñas para completar el equipo y finalizar el campeonato nacional. Me pusieron a entrenar para participar en el torneo, no obstante, no era matrícula todavía de la Escuela de Iniciación Deportiva (Eide). En los entrenamientos gusté. Lo único que pude hacer fue bloquear, porque estuve apenas una semana antes de competir. Al año siguiente entré en la beca», recuerda.

El cambio de vida era inevitable. Ya no iba a ser esa niña de casa que pasaba las horas en el barrio «mataperreando todo el tiempo», sin zapatos, jugando bolas, al bate y hasta al trompo… Además, debía convencer a su madre de que la decisión de entregarse al juego de la malla alta era la correcta.

«Cuando ella regresó, no le quedó más remedio que aceptar mi determinación. Papá me apoyaba obviamente porque él sí quería ponerme en deporte desde hacía tiempo. Ya estaba en la Eide y cuando nos vimos yo había crecido y tenía más estatura que ella. Se sorprendió mucho. Aun así, estuvo renuente hasta hace par de años», dice.

El cambio de entorno fue difícil, pero Ailama Cesé estaba en el camino correcto para encausar su vida.

«Fue difícil, porque era una niña muy sana de las que estaba jugando todo el día con sus amiguitos; aunque sin maldad ninguna y para colmo, del campo… Cuando vine a la Eide en La Habana, niños de mi edad tenían mucha más carretera que yo, porque es así, la vida aquí es muy rápida.

«En lo que yo quería jugar con muñecas esas niñitas estaban en otras cosas. Salir de la zona de confort resultó complicado, pero siempre tenía por dentro la ilusión de decir: ‘¡Ay! Si llego a la escuela cubana de voleibol, qué rico’, pero me daba un poco de miedo al principio el reto de cambiar», afirma.  

No obstante, estuvo becada solo un año, pues un concentrado de jugadoras de todo el país en la Escuela Nacional de Voleibol, para conformar un proyecto con los mejores talentos, le dio otro giro a su realidad. En ese momento tenía solo 12 años de edad.

«Se hicieron pruebas, mediciones… Realmente no poseía tantas cualidades, sí saltaba mucho y creía que atacaba, porque en mi equipo era la que lo hacía, pero cuando vi a las demás, dije: ‘no llego’. Al final me captaron entre las tres niñas del año 2000 que lograron entrar», explica.

Había cumplido un sueño y empezaba un camino empedrado en el sitio que vio rematar, bloquear y sacar a referentes como Yumilka Ruiz o Zoila Barros. El conocido Tomás Fernández, formador de algunas de las espectaculares Morenas del Caribe, sería el encargado de pulir a la muchacha de Mayabeque.

«Mi profesor me decía que era muy inmadura e infantil. Lógicamente, estaba en la edad. Es cierto que algunas tenían otra forma, pero habían vivido otras cosas… En ocasiones me sacaban de los entrenamientos, porque me ponía a llorar cuando me salía mal algún ejercicio. Él hablaba mucho conmigo y con las muchachitas desde el principio me llevé bien», recuerda.

Mientras entrenaba, de lejos, Ailama Cesé observaba a figuras importantes como Roxana Giel, Sulian Matienzo y Melissa Vargas, quien le llamaba mucho la atención por la manera «bestial» de pegarle a la pelota.

En los primeros años se desempeñó en la posición de central, pero tiempo después, meses antes de una competencia, decidieron cambiarla para el puesto de atacadora auxiliar.

«Recibir no me gusta y desde el principio tenía dificultad. Me gustaba estar de central, pues disfrutaba bloquear y me encantaba atacar en un pie por la dos. Lo asimilé porque había que hacerlo por el equipo. Lo único que sí me complacía era saltar duro y atacar… Luego todo salió y los resultados fueron llegando», dice.  

Ella resalta algunos resultados que parecen saberle a poco. Aspira a más, aunque se siente orgullosa de una medalla de oro que le arrebataron a República Dominicana en una Copa Panamericana que se celebró en Perú en 2019. El choque se fue al tie break y ella, con 29 puntos, resultó pieza clave en el éxito: «Habíamos perdido mucho con Dominicana y toda la preparación fue pensando en ese rival. Al llegar la competencia les ganamos 3-2 y cogimos oro».

Cuenta que la rutina en la Escuela de Voleibol se repite religiosamente. A las nueve arranca el entrenamiento hasta el mediodía, luego se duchan, almuerzan, descansan poco más de una hora y a las 3 y 30 de la tarde van a las canchas nuevamente. Las limitaciones que enfrenta el centro no pueden frenar el juego.

«Tenemos que entrenar con lo que hay, porque de nada nos sirve estar quejándonos todo el tiempo. No vamos a cambiar nada así. Estamos acostumbradas a esto. Existe un gran déficit de pelotas, nos quedamos cortos y no podemos hacer más nada que adaptarnos y con eso echar pa’lante.

«El gimnasio no es que esté mal. Sin embargo, hay unas mancuernas de menos kilos que hacen falta… Tenemos, pero de mucho peso y las hembras no podemos trabajar con eso. Creo que es algo que se puede conseguir sin necesidad de hacer un gran gasto. Ese es uno de los problemas. El terreno tiene algunas irregularidades que se han ido resolviendo, aunque todavía quedan sitios dañados», detalla.  

Ante ese contexto, el papel de los preparadores cobra una importancia superlativa para contrarrestar los problemas. «Nos alientan, nos explican que no somos las únicas que han pasado trabajo, que han tenido carencias y han salido adelante. Nos orientan hacia lo que podemos hacer a pesar de eso, a tomarlo como motivación para salir adelante y lograr resultados».

Cuando se le pregunta por el entrenador que más ha influenciado su carrera responde sin dudar: «Tomás Fernández. Es quien que me ponía a llorar, el que trabajaba duro conmigo. Me exprimió y me probó en varias posiciones y gracias a eso en Rusia, cuando me cambiaron, pude jugar de opuesta, porque él también me puso a hacerlo».

Rusia, el primer año y el calvario de las lesiones

Los remates de los chiquillos continúan rechinando en el suelo. El sol arrecia a medida que se acerca el mediodía. Resguardada en la sombra, Ailama Cesé rememora que sentía tocar techo en Cuba. Los contratos de jugadores de la Mayor de las Antillas en distintas ligas iban incrementándose y, finalmente, le llegó la oportunidad de enfundarse la equipación de un club extranjero.

«Fue después de un Mundial que jugamos en Japón en 2018. Le habían dado baja a muchas figuras que asistieron a los Centroamericanos tras los malos resultados. Entonces tuvimos que asumir y enfrentarnos a equipos de primer nivel como Italia, Turquía, China, y ahí mi desempeño fue bueno y llegó la solicitud de un club ruso.

«Me sentí feliz. Todos los atletas tienen metas. Se empieza desde abajo y ya en el nivel que estaba quería irme de contrato. Era uno de los objetivos y poder lograrlo da una satisfacción increíble y te motiva a seguir adelante y a prepararte», explica.

A pesar de que recibieron otras ofertas pretendiendo sus servicios, la Federación Cubana apostó por el Uralochka Ekaterinburg, donde habían brillado algunas de las Morenas del Caribe en la primera década del siglo XXI. Allá la esperaba el célebre entrenador Nikolái Karpol, miembro del Salón de la Fama de este deporte y conocido por su carácter impetuoso. La mención del técnico le dibuja una sonrisa.

«Trabajar con Karpol… Dentro de la cancha tienes que hacer las cosas como van. Te grita, pero nunca te falta el respeto. Jamás vas a ver eso. El alza la voz porque es su forma de dar orientaciones, no es que sea grosero. Fuera del terreno es totalmente diferente, puedes hablar con él lo que quieras, es un amor de persona», dice.

La vida y el entorno de su deporte en Rusia eran distintos a las que Ailama Cesé había conocido en Cuba.

«Las condiciones son distintas. Tienes tu cancha, una buena cantidad de pelotas, un gimnasio acorde a lo que deseas hacer. Todo está ahí. Lo que sí golpeó mucho fue el frío, pero en términos de voleibol es muy similar a la Escuela Cubana: pase alto.

«Cuando entrenaba y jugaba me parecía como si estuviera en un equipo cubano. Tenemos como fuerte el ataque, el saque y el bloqueo y allá también era así. Los entrenamientos muy semejantes. Sin embargo, no siempre entrenamos con Karpol. La mayoría del tiempo lo hacíamos con su nieto Mikhail Karpol, que es joven y se ponía a buscar mucho lo que hacían los equipos que están arriba en los rankings. Además, incluía videos motivacionales de gente que ha logrado cosas grandes. El voleibol se juega ahora más rápido y trataba de poner ejercicios para mejorar otro tipo de aspectos y conseguir que evolucionáramos», explica.

El frío y la comida era lo que más la molestaba. Soportó temperaturas de hasta 30 grados bajo cero y pasó casi la temporada entera comiendo espaguetis. En su primer año se colgó la medalla de bronce, pero la aparición de la pandemia de Covid 19 lo trastocó todo y fue la antesala a un pequeño calvario que poco a poco pudo superar.

«A finales, llegó el parón por el Coronavirus y nos mandaron a casa. Regresé a Batabanó. Todo estaba cerrado. El único combinado deportivo que había también se encontraba cerrado y ni siquiera podía correr en la calle, porque tengo unos problemas en la rodilla que me lo impiden. Entonces, hacía lo que podía en la casa.

«Cuando volví a Rusia para la segunda temporada las muchachas ya estaban atacando, haciendo complejo 1 y 2 y yo tenía un buen déficit de entrenamiento. Aun así, desde el primer momento me pusieron a atacar, a pesar de que expliqué mi situación.

«Al poco tiempo percibí unas molestias en el hombro. Me fueron a hacer un chequeo de la rodilla y les dije que me realizaran una resonancia en el hombro. En un principio se negaron, pero lo exigí y cuando salieron los resultados, efectivamente, estaba lesionada y no podía seguir atacando. Me enviaron para acá a operarme en el hospital Frank País con el doctor Ricardo Jesús Tarragona, a quien aprovecho para agradecerle por el gran trabajo que hicieron conmigo. Él, su equipo y el colectivo del área de Fisioterapia resultaron fundamentales», dice.

«Hay gente que dice que después de que te operas no es lo mismo y eso me daba un poco de miedo, pero con respecto a las lesiones siempre he sido fuerte y sabía que iba a volver a jugar, porque he jugado con dolores como muchos deportistas. Entonces, trataba de no hacer caso a esos comentarios negativos», recuerda.

Seis meses estuvo recuperándose Ailama Cesé en la Isla. Sola, en la escuela de voleibol, muchas veces sin supervisión y pidiendo consejos para tratar bien a su cuerpo y regresar a Rusia en las mejores condiciones posibles.

«El tercer año fue de crecimiento para mí. Después del tiempo que pasé aquí, llegué y me pusieron a atacar sin ninguna revisión previa. Llevé los resultados de las pruebas que me había hecho en Cuba antes de irme y con eso se quedaron. Al principio tenía mucha molestia. No podía hacer mucha fuerza, porque el hombro se me caía y pedí que me hicieran una resonancia de nuevo. Tenía una lesión grave y si seguía atacando debían operarme una vez más», detalla.

A pesar de la tensión generada por tener a una jugadora extranjera sin poder jugar, la decisión del club fue la correcta: parar y empezar desde cero para ver si podía llegar en forma a la postemporada. Hielo, corriente, magneto y fortalecimiento acompañaban las jornadas, interminables por la ansiedad de querer pasar la vida en el tabloncillo.

«Casi la temporada entera fuera y era difícil. Estaba sola en un cuarto y por las noches se me salían las lágrimas y estaba en el desespero de querer jugar, sabiendo que debía esperar porque si no, iba a ser peor. Hablaba con mi mamá, pero no es lo mismo, la gente está lejos y a veces extrañaba un abrazo de ella. No sé si el club llegó a pensar en un momento determinado que no quería jugar para ellos.

«Espero que no, porque en realidad nunca fue mi intención. En ocasiones notaba extrañas las miradas de las personas alrededor que, aunque te motivaban, sentías como el aquello de que te están pagando y no estás jugando», cuenta.  

Mientras la temporada pasaba y nada parecía poder sacarla de la monotonía, el oscuro ciclo que empezó con la pandemia se cerraría para ella, curiosamente, tras contraer Covid.

«Fuimos por la Champions a un juego en Turquía y después de este partido para regresar a Rusia nos hicieron un PCR y di positivo. Tuve que permanecer 12 días en Turquía. Me quedé en un hotel, trabajé un poco, pues obviamente me sentía mal. Sin embargo, tras aquellos días me encontré mucho mejor del hombro, al parecer necesitaba un descanso, porque habíamos hecho una labor fuerte en la zona. No se me quitó el dolor por completo, pero sí creía que podía atacar y se lo dije al entrenador. Estábamos llegando al final de la liga», rememora.

La final y un episodio de racismo en su contra que dio la vuelta al mundo

Infiltrándose, regresó a sus aguas y en los playoff la esperaban impacientes, para formar parte de un resultado relevante para la entidad de los Urales.

«Fue inolvidable. Teníamos la convicción de que íbamos a avanzar, pero la semifinal era con el equipo de Kazán. Queríamos ganar, pero como que no había mucha fe. Sin embargo, en las duchas, luego de eliminarlas, la capitana del equipo y yo nos dimos cuenta de que éramos las únicas que teníamos el convencimiento de que pasaríamos, porque todas las demás decían: «¡No me creo que hayamos ganado a Kazán…!’.

«En la final estábamos un poco más cansadas, a veces no había descanso de por medio. Pero igual dimos una buena final, porque no fue 3-0, el Lokomotiv Kaliningrad tuvo que luchar los cinco partidos y para nuestro club fue un excelente resultado, porque había sido un año de contratiempos y lesiones», detalla.  

Ailama Cesé anotó 115 puntos en toda la final y fue una de las puntales de su conjunto. Lástima que semejante desempeño quedó a la sombra, por una frase racista emitida por el entrenador del Lokomotiv, Andréi Voronkov, que dio la vuelta al mundo. «¿Por qué no bloqueas de nuevo a esa mona?», le dijo a una de sus jugadoras.

«Terminamos el partido, nos montamos en la guagua y estaba escribiéndole a mis familiares. Les contaba que habíamos perdido, pero que estaba contenta, pues era una medalla importante, porque desde 2015 no se llegaba a una final y el club estaba satisfecho. Entonces veo a los entrenadores y compañeras viendo un video y escucho que el coach dice algo de racismo, pero en ese momento ni pensar que tenía algo que ver conmigo. Sí los sentía a todos muy preocupados por mí y preguntándome cómo estaba…

 «Al otro día, por la noche, hubo una cena que el club organizó a modo de agradecimiento. Abrí Instagram y un fan de Perú me había mandado una foto que circulaba por las redes con lo que había pasado. Miré a una compañera y le pregunté: ‘¿Esto pasó en el juego?’. Ella me contestó: ‘Sí, todo el mundo lo sabe’. Para colmo en esos días me empezaron a subir los seguidores en Instagram y yo diciendo: ‘¡Ehh! Eso fue porque jugué bien la final’ y luego me di cuenta al ver el video que estaba por todas partes con el tema este del racismo», dice.

Con tranquilidad, asegura que el incidente no la dañó y afirma que es una pena que haya ocurrido en su última campaña con el Uralochka. Las muestras de apoyo, sobre todo las de su gente de Batabanó, no las olvidará.

«Yo estaba muerta de la risa. Me preguntaba: ‘¿En serio?’. Lo que puse en las redes sociales es lo que realmente sentía. No me afectó en lo absoluto. Ni me lo creía. Todos estaban esperando la reacción mía y nadie me lo había dicho, pero ya el club había mandado una carta para la Federación.

«El problema no lo tengo yo, sino él… Haya sido en el contexto en el que haya sido. No tengo nada contra él, ni contra el equipo. Da la casualidad de que ocurrió en mi último año de contrato y todo el mundo pensó que me iba por lo que ocurrió. Muchas personas me escribían preguntándome si me marchaba por eso… Lástima que era la última temporada», explica.

¿Por qué declinar las ofertas de renovación de una entidad como Uralochka?

«Las rechacé porque, además de que el clima es bastante frío, quiero aprender otras cosas, jugar un poco más rápido, ver lo que se hace en otras partes del mundo. También, como terminé con dolor, quiero recuperarme bien para seguir a tope. Estoy joven, no hay necesidad de apurarse.

«La próxima temporada me iré a jugar a Rumanía con el Clubul Sportiv Rapid Bucuresti. Todo el mundo se eriza cuando lo digo. Hay una diferencia entre Rusia y Rumanía, pero tiene que ver con lo que he explicado. El club al que voy quiere recuperarme del hombro. El entrenador sabe que estoy operada, que necesito tiempo. Me piensan poner también de auxiliar. Aquí en Cuba soy atacadora receptora y en Rusia jugaba de opuesta, es decir, estuve tres años sin recibir. Ese entrenador me da la posibilidad de trabajar la recepción. De ahí viene la decisión. Tampoco es una liga mala. El torneo está lleno de extranjeras y los equipos están parejos, por lo que debes entregarte siempre. Entonces, no voy a dejar de desarrollarme. Obviamente no tomaría un camino que afecte mi carrera como deportista».

El voleibol en Cuba y la vida fuera del deporte

Haber visto otros niveles de voleibol, la dota de diferentes elementos para analizar con mayor profundidad la situación actual por la que atraviesa la disciplina y llama la atención que gran parte de las soluciones, en su opinión, pasen por el aspecto psicológico.

«Es necesario cambiar la mentalidad de las jugadoras. Cierto que somos jóvenes y no hemos tenido un buen espejo, pero ya hay algunas que hemos salido de contrato y hemos visto cómo se juega afuera. El ser profesional y trabajar para tu crecimiento como atleta está faltando y la proposición de metas, trabajar por un objetivo. Debe existir compromiso individual y eso influye en el equipo. Haciendo bien tu trabajo ayudas al colectivo», refiere.

Ailama Cesé afirma que no modificaría una sola escena de su pasado si eso significara que la realidad de hoy pudiera ser distinta. Es feliz pasando tiempo con la gente que quiere, la que suma sensaciones positivas a su vida.

De vez en cuando medita, lee un libro y escucha música en inglés, fundamentalmente de Beyoncé. Son cosas que la hacen sentir plena, y alejarse de comentarios negativos y mal intencionados que solo buscan desmotivar.

Con los pies puestos en la tierra, se impone metas a corto plazo: «Entrar en podio en los Centroamericanos y después en los Panamericanos”.

«En lo personal, quiero llegar lo más lejos que pueda sin tantas lesiones y poder ayudar a mi familia a salir adelante y a mi equipo aquí con las otras muchachas que se han ido de contrato para que el voleibol cubano tenga buenos resultados otra vez. Es difícil estar a la sombra de jugadoras con tres oros olímpicos seguidos, eso es de verdad increíble. Pero creo que sí se pueden obtener mejores actuaciones que las que se han visto en los últimos años», afirma sobre el fardo pesado de las coronas que lograron las legendarias Morenas del Caribe.

La bola pica y pasa cerca una vez más. Dice una canción de Beyoncé que «el sendero nunca fue pavimentado con oro», eso Ailama Cesé lo sabe y sabe también, como reza la letra en cuestión, que muchos quieren ver cuán lejos llegará.

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Imagen cortesía de Play-Off Magazine

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