En el escenario del deporte cubano, donde los aplausos resuenan como himnos y las medallas relucen como estandartes de gloria, se esconde un capítulo silenciado, una página que clama por ser leída con urgencia.

Es la historia de aquellos atletas que una vez elevaron el nombre de Cuba a alturas insospechadas, que en el éxtasis de sus hazañas deportivas tejieron sueños dorados para su patria.

Sin embargo, hoy, en la penumbra del olvido, luchan en la arena más despiadada: la batalla por la supervivencia diaria.

Imaginen por un momento las calles de La Habana, las mismas que alguna vez vibraron al compás de la victoria, ahora son testigos mudos de un drama silente. Atletas retirados, símbolos vivientes de la grandeza deportiva de Cuba, se ven forzados a realizar malabares económicos para subsistir.

Héroes de antaño, cuyos nombres resonaron en estadios colmados y cuyas gestas fueron motivo de orgullo nacional, hoy deben enfrentarse a una realidad despiadada, donde las glorias pasadas no garantizan un futuro digno.

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En el cénit de sus carreras, estos hombres y mujeres fueron ídolos, modelos de excelencia y dedicación. Algo así como el sostén del “circo”, que nunca conoció el “pan”.

Sin embargo, el paso del tiempo no los ha tratado con la misma indulgencia que sus seguidores. En lugar de ser recibidos con honores y reconocimientos, son relegados al ostracismo, condenados a luchar por cada centavo, lejos del resplandor de los reflectores.

¿Cómo es posible que en una nación que ha hecho del deporte un emblema de identidad nacional, aquellos que una vez encarnaron ese espíritu de grandeza sean ahora ignorados y desamparados?

La respuesta no yace en la falta de mérito o sacrificio por parte de estos atletas, sino en una estructura que no ha sabido brindarles el apoyo necesario más allá de sus años en la competencia.

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El deporte, en su esencia más pura, trasciende los límites del tiempo y del espacio. Los logros deportivos no deberían ser efímeros, destinados a desvanecerse con el eco de los aplausos. Es imperativo que el compromiso con los atletas no termine con el sonido del último silbato, sino que perdure a lo largo de sus vidas.

Pero la importancia de esta atención va más allá de la simple retribución moral. Es un mensaje para aquellos que hoy están en la cúspide de sus carreras deportivas: un recordatorio de que el fin de la gloria competitiva no marca el fin de su valía como seres humanos.

Es un llamado a la necesidad de establecer políticas deportivas que aseguren un futuro digno para quienes un día fueron los pilares de nuestro orgullo nacional.

No se trata de recibir la mano piadosa del Estado y sus instituciones, sino más bien de darles la posibilidad de sostenerse por sí mismo, acorde a lo alcanzado mientras estaban activos.

El destino de los atletas retirados no puede quedar al arbitrio del azar o la indiferencia.

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Imagen cortesía de Collage