Pablo Miguel Abreu fue uno de los grandes curveadores de la pelota cubana y un lanzador que tuvo una carrera corta pero muy intensa, pues, aunque solamente jugó en doce series nacionales, en siete de ellas fue seleccionado el mejor lanzador zurdo del país.

El zurdo tuvo una efectividad de 3,62 carreras limpias por juego y le batearon para 244 cuando existía el bate de aluminio y el béisbol cubano atravesaba por uno de sus mejores momentos. Entonces, ganó 72 y perdió 48 partidos.

A este notable serpentinero, incluso, lo han llamado como el “Chapman de la década del 80”. En el box intimidaba, gracias al contraste entre una potente recta que rozaba las 96 millas por hora y una curva lenta y endemoniada que quebraba cinturas.

Este gigante prometía dejar grandes estadísticas como lanzador en Cuba, pero la vida le jugó una mala pasada, pues una lesión detuvo para siempre sus aspiraciones como atleta. De su paso por la pelota cubana y su vida en la Isla; su actuación como entrenador y residente hace más de veinte años en Italia, conversó Pablo Miguel Abreu con Play-Off Magazine.          

¿Cómo se convierte en pelotero?                          

Empecé en el Monte Barreto jugando con los muchachos que eran mayores que yo, pues fui muy alto siempre. Pero en la escuela me vieron para hacer pruebas de fútbol. Fui portero.

Un día, estaban jugando béisbol más allá del terreno de fútbol y da la casualidad de que cae una pelota: la cogí y la tiré para home. Allí estaban los entrenadores Ciro Perera y Valdivia y al verme, hablaron con los entrenadores de balompié y me cambiaron. Había dos listas y mi padre me dijo que en Cuba no había futbolistas: así empecé con el béisbol organizado.

Los escolares en aquella etapa fueron fuertes. Me gustaba batear, era buen bateador, pero a cada rato me ponían a pichear. Mi pelotero preferido era Agustín Marquetti. Guanábana Quintana le dijo a Ciro Perera: “¿por qué no probamos a Pablo?”. Pasé por todas las categorías, hasta que llegué a la de 15 y 16. Fui al Campeonato Mundial junto a Omar Linares. Recuerdo que a Euclides Rojas no lo dejaron viajar por tener familia en el extranjero y entonces me colé en el equipo.

En 12 Series Nacioanles, Abreu lanzó en 169 partidos, con 72 victorias, 48 derrotas, 822 ponches y 11 lechadas propinadas.

Nunca estuve en la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE). Iba caminando un día a matricular con mi madre, pero al pasar por el Náutico, en La Habana, venía hablando con ella. Como ella veía mi indecisión, me dijo que me quedara con mi entrenador del área y no fuera para la EIDE.

Después, integré el equipo Cuba juvenil del año 1982: uno de los más grandes que ha pasado por nuestra pelota a esa edad. Ganamos en Barquisimeto, pero yo ni picheaba. José Miguel Pineda, el director, me dijo: “vas a ir a comer allá”, pero después me puso un inning. Había lanzadores muy buenos. Estaban René Arocha, Osvaldo Duvergel, Osvaldo Fernández, más los que se quedaron en Cuba.

Incluso, Rolando Arrojo me dijo una vez que había estado en esa preselección. Yo era muy chamaco entonces: tenía 15 años. Lo mío era de la escuela para ahí, no estaba para más nada. Estuvieron también Faustino Corrales, Carlos Pérez, Ovidio Jano. Tiempo después fui al equipo nacional a Nicaragua: ya era juvenil. En el segundo como juvenil estaba bien y gané tres juegos: no perdí y llevaba todos los lideratos. Al regresar, jugué la nacional y por los resultados estuve en el elenco a los Juegos Panamericanos.

¿Cómo fue su paso por Series Nacionales?   

En las series nacionales empecé con los Metropolitanos en 1983 -1984, con una banda de 17 novatos. Iba a comenzar en un preuniversitario de ciencias exactas porque iniciaba esa enseñanza y no pude entrar en septiembre porque fui al Mundial Juvenil. Entonces, entré a la Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético (ESPA), pero me botaron. Tuve que estudiar en el preuniversitario en la calle y, además, jugar la Serie Nacional.

Yo no era regado: empecé en un preuniversitario de ciencias exactas, porque me gustaba y me gusta estudiar. Me expulsaron de la escuela porque no estaba acostumbrado a estar becado: nunca lo estuve y me iba. Me gradué de profesor de Educación Física desde 1988.

Pasados dos años con los Metros, con un gran grupo de peloteros, Pedro Chávez me pasó para los Industriales, en la Serie del famoso jonrón de mi ídolo, Marquetti , en el 86. Empecé en el equipo nacional que fue al Campeonato Mundial. Estuve cinco años como miembro de la Selección cubana hasta 1989, con buenos resultados. Me lesiono el brazo y ya me retiro cuando Pedro Medina dirigió y fuimos campeones.

«Ser un buen estudiante me ayudó mucho. Lanzar es un arte, si un pitcher no es inteligente y no piensa, por mucha calidad que tenga los palos le llegan. Aproveché al máximo los estudios, ahora me ayuda mucho como entrenador, tengo la posibilidad de trasmitirles a mis lanzadores mi experiencia, tanto técnica como práctica. Los jóvenes deben estudiar mucho, llevar las dos cosas parejas, será de gran ayuda tanto en su carrera como en la vida diaria».

Pablo Miguel Abreu, el Chapman de los 80

¿Cómo recuerdas esos años como jugador?

Dentro de todo lo malo que sucedía, lo mejor se vivía en la Isla de la Juventud y en Las Tunas, pues en todas las demás provincias la convivencia era en los estadios y en las gradas dormíamos a veces por el calor. Después mejoraron con aire acondicionado. Nos movíamos en Guaguas Leyland e Ikarus. Lo que pasa es que la gente estaba pensando en jugar pelota y no en otra cosa. Mirando al pasado ahora, las condiciones estaban muy duras.

No recuerdo que nadie se quejara porque nos enfocábamos en ganar. Después, cuando crecimos, nos fuimos dando cuenta y mejoraron un poquito. Cuando las meriendas te daban un pancito con una jamonada o un trocito de queso y un juguito o agua con azúcar. Entre juego y juego daban 20 o 25 minutos y al que le tocaba pichear el segundo, tenía que comérsela urgentemente, aunque teníamos buenos delegados que apoyaban bastante. Nos tocaba la época del arroz precocido. Una vez fuimos a Imías, en Guantánamo, y no había nada para endulzar el café.

Yo empecé trabajando con una licencia que daban. Pagaban 106 pesos primero, más tarde fueron 148 y después 182. Estuve viviendo en un garaje 22 años en Miramar hasta que me dieron una casa en el reparto Guiteras, que es donde está mi familia en Cuba, pero nada más.

Me caí en Varadero jugando pelota a la mano. La muñeca terminó debajo del cuerpo y me fracturé la cabeza del radio. Me pusieron el yeso mal y estuve 45 días así. Llevaba operación después, pero no quise operarme. Sentí que, al quitarme el yeso, no estaba igual, y se me creo una pseudoartrosis. Me apresuraron mucho. Cuando tiraba me dolía la muñeca. Si no, hubiera jugado por lo menos, creo que dos o tres años más.

Cuando se me deterioró el brazo, al principio todo estaba bien para que me recuperara, pero cuando vieron que ya no podía recuperarme, todo fue diferente. Era como si pensaran: ya no sirve, con este, terminamos. No cogí “lucha” y decidí entrenar. Me hubiese gustado haber lanzado más para ver hasta dónde llegaba.

Cifras alcanzadas por Pablo MIguel Abreu en 12 Series Nacionales.

Recuerdo un altercado que tuviste una vez en el terreno con Víctor Mesa. Según comentarios de aficionados, aquello siguió después que se terminó el encuentro y los suspendieron a ambos más de diez partidos. ¿Qué pasó realmente allí? ¿Cómo termino aquello?

«En realidad, yo fui el culpable de aquello, era muy joven e inmaduro. Un día estaba en una fiesta y vi cuando Víctor se robó el home. Al otro día, en el entrenamiento, robaron en nuestro club house y entre las cosas estaba mi reloj, la cogí con él y cuando nos enfrentamos en la selectiva, se formó. Empezamos en el estadio y terminamos en la Finca de los Monos. Después, cuando integramos el equipo Cuba para los Panamericanos, hicimos las paces.

«Lo mejor de la historia sucede en el juego contra Puerto Rico, yo estaba lanzando y me dan un batazo largo entre right y center y Víctor hace uno de las mejores atrapadas de su vida, cuando se acaba la entrada se me acerca y me dice: ‘Fíjate, si no hubiéramos sido amigos, seguro que dejaba caer esa pelota’. A partir de allí somos grandes amigos, donde quiera que nos encontramos compartimos juntos».

Pablo Miguel Abreu, el Chapman de los 80

¿Estuviste satisfecho con tu carrera deportiva?

Tengo la satisfacción de haber sido campeón en dos campeonatos mundiales juveniles, dos intercontinentales, un mundial de mayores, juegos panamericanos, centroamericanos y con Industriales, en dos Series Nacionales, y una Selectiva con Ciudad Habana. Nunca sentí nada como atleta en mí contra, puedo decir que más bien me ayudaron.

Al final de mi carrera, cuando vine para Italia, el señor Higinio Vélez dijo en Cuba que yo quería quedarme y me desaparecieron. Vine a Italia como contrato por Cuba Deportes a jugar. Se me perdió el pasaporte y ¡seguía con que yo quería quedarme! Él tenía que darme un papel y no me lo llevó y tuvimos unas palabras y discusión. Me mandaron para el Picadero a trabajar, me sacaron completo del sistema. ¡El fin y el adiós! Más nunca se supo de mí. Me metieron un plan piyama hasta este momento, porque me habían quitado hasta de los récords.

¿De qué forma llegas a residir en Italia de forma definitiva?

A Italia vine con un amigo mío, que me trajo de visita y después como entrenador. Aquí estoy luchando de entrenador desde 1999 y me va de lo más bien. Trabajo con los muchachos y ayudo a que se hagan peloteros. Estoy haciendo mi trabajo contento y realizándolo bien.

Las condiciones aquí son muy diferentes con relación a Cuba. Por ejemplo, nosotros vinimos a jugar en el 96 con el equipo de San Marino. Estábamos en el hotel todo el día y había buena atención. Éramos como reyes en el pueblo. Solo necesitábamos jugar pelota y nos resolvían todo.

He tenido resultados como entrenador pues gané con el conjunto de Nettuno, el primer año, con el equipo que más ha ganado en Italia. Llevo 18 años con el elenco de Reggio Emilia y estuve trabajando en Parma. En ese periodo tuve tres pícheres en el róster de la selección nacional, uno de ellos con 27 victorias seguidas en este béisbol. Ahora entrego todos mis conocimientos a los muchachos. Sigo cosechando, como digo yo.

¿Qué le parece la pelota cubana?

No la veo mucho. A veces, sí a los Industriales. Creo que hay que trabajar desde la base. No tienen mucha velocidad los lanzadores, según lo poco que he visto. A los bateadores si los noto fuertes. Parece que las mesas suecas los ponen “strong” (sonríe). Los cubanos como peloteros están por encima de la liga italiana.

Si pudiera hacerlo, ¿cambiaría algo Pablo Miguel Abreu de su pasado?

Fui a New York cuando era un niñito y ni sabía que existían las Grandes Ligas. No había furia de esa pelota en Cuba. Estaba hospedado en una escuela de monjas: era de ahí al estadio y sin televisor ni nada, sin ver nada. Me hubiese gustado seguir con mi gente y en otras condiciones, si no me hubiese lesionado.

Pero si tuviera 20 años, todo fuera diferente, pero juventud y experiencia no pueden venir juntas. Con la experiencia que tengo ahora no me hubiera puesto a jugar con pelota de goma y después, me hubiera enfocado en la pelota completamente. Pensaría solo en pelota y pelota.

¿Qué le parece la idea de un equipo Cuba unificado?

Para mí está bien. Unos tienen el criterio de que se haga cuando Cuba sea libre y otros, que se concrete con la situación como está ahora. Creo que se puede jugar, pero ellos son los que tienen que decidir su situación.

Creo que los peloteros tienen que mirar al futuro, no mirar a lo que ha hecho la gente.

En Cuba hay que ir a la base a buscar atletas para los campos y crearle condiciones y entonces, se verán los resultados. En la Habana hay para lograr más peloteros. Si eso sucede, Cuba podrá volver a ser como antes o mejor.

Pero no hay topes y juegos para desarrollarse: no se puede hacer más. Ojalá que los entrenadores se preparen y mejoren, y que busquen a los de mayores condiciones para que suba el beisbol cubano.

¿Cambió tu vida con la decisión de vivir en Italia?

Fue una de las decisiones más grandes de mi vida, porque me siento feliz y realizado. Estoy contento: tengo a mi hijo y mi familia creada. Tengo un camión de amigos que son entrenadores y otro camión de amigos que son cubanos, y seguimos dando todo para que salga bien el béisbol aquí. A cada rato voy a Miami y comparto con los demás amigos de allá. ¡Vaya, estoy contento!

¿Mantiene relaciones con Cuba y su gente? 

Llevo dos años operado de aquella lesión en el brazo. Me operaron de tres hernias en la cervical. Hace dos años que no voy, pero siempre mantengo las mejores relaciones. Mi madre falleció y no he ido además por la pandemia, pero tengo muy buenos amigos. La gente, me ve y me dicen “Pablo pa’ aquí y Pablo pa’ acá”. Lo bueno no pasa, se queda siempre. Ahora que estamos en pandemia extraño mucho La Habana, pero cuando estoy trabajando no me da tiempo para pensar.

Las comunicaciones con los que están fuera de Cuba son excelentes, pero con los de allá son más difíciles. Entre los que vivimos en el extranjero sí estamos conectados. Fueron muchos años juntos y somos como familia. Estamos hablando todos los días. Es lo que nos ha sacado un poco del asunto de la COVID.

Quisiera que todo mejorara para los cubanos. Que cambien las condiciones de la gente, de los peloteros, y que puedan vivir de su trabajo. Que no les falte nada, que puedan llevar su plato de comida a la casa y que se sientan realizados.

Mis amigos de Miramar me decían “Miguelón” en el barrio de 84, donde viví. En la pelota todos me llaman Pablo. A ellos y a los que siempre me admiraron, les deseo lo mejor. Estoy conectado con muchos. Me pueden escribir. Tengo más tiempo de estar en las redes y en la salsa esta. Seguimos luchando.

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Imagen cortesía de Foto: cuenta de Facebook de Pablo Miguel Abreu